ENTREVISTA A SAMUEL SOLLEIRO

RECICLAJE BÍBLICO: POLÍTICA Y ECOLOGÍA

 

 

 
Elegías a Dios y al Diablo. Samuel Solleiro. Editorial Lengua de Trapo. Madrid, 2007

 

 

Dios está en un frasco de vidrio y me siento tocada. Muere en ese frasco y me siento más tocada aún. Lo vuelven a crucificar y me río un poco. Un pescador de hombres pesca un hombre en el mar pero no sabe qué hacer con él. Debo reconocer ahora que creo en Dios, y que Elegías a Dios y al Diablo, de Samuel Solleiro, también me da miedo. Miedo y risa. Son trece cuentos de un humor negrísimo. Primera vez que leo a un escritor gallego y él me pregunta si pensaba que en Galicia me iba a encontrar con un prado verde y muchas vacas. No lo había pensado todavía. Galicia no me sonaba a vacas, pero sí me sonaba a jamones y, para bien o para mal, soy vegetariana. Recuerdo el humor de Mia Couto: un humor extraño. Y son finalmente las imágenes, el reciclaje de personajes lo que me atrae. Un cúmulo de material conocido pero remontado en un escenario que no conozco. Pueblos gallegos. Eso tal vez es lo que me agrada de las escrituras recicladas. También se llaman escritores ecológicos en secreto. Porque hay escritores que se pasean re-utilizando la materia. Un gesto político, dice Solleiro. Un gesto ecológico, pienso. Nada nuevo, me dice Solleiro: religiosidad popular pura.

Samuel Solleiro (Tui, 1982) es narrador en lengua gallega. Además de Elegías a Dios y al Diablo (traducción publicada en Lengua de Trapo en 2007) ha publicado Dz ou o libro do esperma (2006) y varios textos dispersos. Licenciado en Antropología, es socio fundador del proyecto editorial Estaleiro Editora, que publica libros en lengua gallega, y del grupo de rock Ataque Escampe.

 

–Samuel, supongo que –como la mayoría de los catalanes, valencianos, asturianos– eres bilingüe. ¿Por qué escribes en gallego? ¿Por qué es tu lengua materna, o vez en ella cualidades lingüísticas especiales para trabajar en tus relatos?

–En realidad me considero monolingüe en gallego, en lo escrito como en lo oral. Naturalmente, la cosa no es tan simple. Como la mayoría de las personas de entornos semi-urbanos de mi generación en Galicia, he sido educado principalmente en castellano. Un cóctel de motivos –políticos, educativos, quizá sentimentales y hasta puede que tácticos– me empujaron a utilizar sólo esa lengua por escrito desde, digamos, los quince años, y otro cóctel –uno molotov, tal vez– me hizo desprenderme pocos años después del castellano oral, y me convirtió en el que ahora soy o pretendo ser. Todo esto no implica el olvido, claro, sólo la especialización y el trabajo consciente en un campo literario concreto. El castellano no tiene ningún problema en sí. Está ahí. Como el swahili y el wolof, pero más cerca (con lo que eso conlleva). Desde luego ni el gallego ni ninguna otra lengua tiene cualidades especiales para nada, y jamás me manifestaré en favor de su uso por motivos afectivos.

–¿Crees que se conoce la literatura gallega en España y Latinoamérica? ¿Crees que deberíamos conocerla, y por qué?

–No, así como no se conoce la literatura japonesa aunque todos hayamos leído cuatro o cinco autores. Conocer una literatura es una cosa muy complicada. Sí se traduce poca, y la mejor –a mi juicio– sigue inédita en vuestro idioma. Me temo que a veces lo que se valora a la hora de traducir es que la obra cumpla las expectativas de exotismo que hay sobre la literatura que sea. En el caso de Galicia, que la ambientación sea rural o semirrural, que aparezca alguna vaca, etcétera. Por otra parte, al funcionar el campo literario gallego como una periferia del español, a veces es la traducción de una obra a esa lengua –sobre todo en editoriales grandes– lo que supone la consagración de su autor incluso en Galicia, al menos en cuanto a número de lectores. La situación no deja de ser incómoda. ¿Si deberíais conocerla? No lo sé. Allá cada uno con su conciencia.

–En todos tus cuentos de Elegías a Dios y al Diablo trabajas con párrafos o personajes bíblicos. Jesucristo, el cazador de hombres, Eva, Adán, Dios, Caín, algunos curas, la Semana Santa, los milagros, etcétera. Todos ellos descontextualizados, en cierta medida reciclados. ¿A qué apunta ese ejercicio de reciclaje bíblico?

–El canon de escrituras que es la Biblia es un conjunto cerrado herméticamente. Todos estos personajes e historietas los conocemos dentro de una liturgia que los tiene más o menos atados con una correa para que no se muevan de su rincón. Caín sólo está ahí para matar a su hermano, Adán siempre va a comerse una manzana y Dios sólo aparece las veces que es estrictamente necesario para hacer esas cosas que nadie más va a saber hacer. Pero si los descontextualizamos y los utilizamos para crear otras historias pueden provocar una sensación intranquilizadora. Me acuerdo de la canción “Qualsevol nit pot sortir el sol”, de Jaume Sisa, en la que se descontextualizan de la misma manera personajes de cómic –que tienen también su propia liturgia–, y sólo mediante su enumeración ya conforman una imagen siniestra, promiscua y abiertamente política. Utilizar los personajes bíblicos debería producir una sensación parecida, creo. De todos modos no hay nada nuevo aquí, y no sólo en las artes: esta descontextualización es algo que siempre ha hecho la religiosidad popular, desde un hombre que se crucifica en una procesión en la Semana Santa andaluza hasta la importancia del Purgatorio en la escatología tradicional gallega. La religiosidad popular puede dar mucho miedo, y eso me fascina.

–Si bien trabajas en tus cuentos con imágenes de lo imposible usando personajes y sucesos posibles, no estamos frente a textos de ciencia ficción. ¿Cómo definirías tu narrativa?

–Prefiero no definir mi narrativa. Me da mucha vergüenza equivocarme.

–Tus textos son muy irónicos. ¿De qué te ríes finalmente en tu narrativa?

–Yo creo que no son tan irónicos, y que lo que parece ironía es más bien el humor que nos gastamos por aquí, el de no reírnos mientras contamos algo que puede ser muy gracioso, por lo menos hasta haber terminado. Yo al menos todo lo que escribo me lo creo. ¿De qué me río? Lo elegante sería responder que de mí mismo, claro, pero creo que sería mentira. Supongo que, como todo el mundo, en mi narrativa me río de los demás. De que sean estúpidos o de que se tiren pedos.

–¿Es también una crítica al cristianismo? ¿Cómo ha influido eso en tu narrativa al ser España un país muy católico?

–Supongo que en su día intentó serlo. Abro aquí un paréntesis para explicar que el texto original fue escrito en buena parte en 2000 y publicado en 2001, a partir de una selección de cuentos –algo irregular– realizada por la propia editorial (Xerais). Son siete años. Si entonces yo hubiese tenido cuarenta años ahora tendría cuarenta y siete, y seguramente no habría una gran diferencia. Pero tenía dieciocho cuando escribí la mayor parte de estos cuentos, y para mí es todo un trabajo de arqueología volver ahora a ellos como si los hubiese escrito anteayer. Es casi como si tuviese que volver a preparar la selectividad. Cierro provisionalmente el paréntesis: no, no creo que lo sea. La palabra “crítica” en una obra que se pretende de ficción suena un poco decimonónica y bastante moralista. Y sobre todo pretenciosa. La obra de Nietzsche es una crítica al cristianismo; esto es sólo un pequeño chiste cruel a su costa. No me consta que nadie se haya escandalizado por el libro, excepto una abuela mía que se escandalizó sólo por ser yo su nieto. En todo caso, aunque mi relación participante con el catolicismo ha sido casi testimonial en mi vida, me alegro un poco de vivir en un contexto católico porque la posibilidad de humanizar grotescamente los personajes sagrados está casi intrínseca. En otro lugar habría sido mucho más difícil y habría tenido mucha menos gracia.

–¿Qué te parece la idea de que la ironía es también una suerte de miedo al objeto del que uno se ríe?

–Me parece bien. Mis miedos son morirme y que se mueran mis amigos. La religión es más o menos eso, ¿no?

–¿Qué es para ti la Biblia? ¿Es para ti un texto más?

–Materialmente sí, claro, pero el papel que ha jugado ese texto en la historia, su grado de canonicidad –no estoy seguro de que exista esta palabra– le da una importancia que otras obras no tienen, una autoridad sin límites. Esa importancia uno puede asumirla como viene o bien pararse a entender qué procesos históricos han venido a dársela, pero no negarla. En mi casa teníamos una Biblia y un día algún iluminado que nunca se atrevió a confesar debió pensar “¿qué hace aquí una Biblia, con lo ateos que somos todos?”, y decidió regalarla o tirarla o algo. Desde entonces no tengo Biblia, pero no por eso me siento más ateo. Y Nuevos Testamentos te los regala cualquiera por la calle, pero ¿los Antiguos? Esos ya son más difíciles.

–Como lectora sentí un traspaso de horror con tu libro. Propones imágenes muy crueles y descarnadas sin límites, como en el caso de los antropófagos, de Dios en un frasco de vidrio, de la crucifixión de Jesucristo. ¿Crees que esta es una imagen que proyecta la Biblia, el Antiguo Testamento sobre todo?

–Gracias por lo del horror. Me encantan las temáticas violentas. Aunque no sé si no será más bien la lectura católica de esos textos –y sólo la católica– la que proporciona las imágenes descarnadas y crueles. Creo que a veces las propias historias sólo son una ayuda para que esas imágenes grotescas nos entren mejor en la cabeza. Al menos mis historias quieren eso. En un cuento donde un burro se hace cristiano lo importante, y el punto de partida, es la imagen del burro caminando lentamente por la nave central y la luz entrando por las vidrieras, tal y como yo la soñé un día. El resto, la trama, es como el pan en un bocadillo: ayuda a que entre mejor y a que llene más, puede ser mejor o peor pan. Pero lo que va a decidir la suerte del bocadillo y lo que va a darle un nombre es lo que lleva en medio, que –para mí– es una visión. Precisamente este cuento, “Escalera al cielo”, y otro, “Por los jardines de la carne”, son los únicos que al día de hoy puedo decir que me gustan todavía de este libro. Del resto sólo salvo algunas imágenes, pero no me gustan los cuentos en sí. Como quien se come el salami del bocadillo y tira el pan porque le cansa.

–¿A qué autores lees o de qué se alimenta tu narrativa?

–J. D. Salinger, Roberto Bolaño, Angela Carter, Stanislaw Lem, Jack Kerouac, Miquel de Palol, Samuel Beckett, Franz Kafka, Raymond Carver, Xosé Luis Méndez Ferrín, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Henry Miller, Javier Tomeo, Rubem Fonseca. Lo normal. Es decir, Lo Normal –y esto puede ser sonrojante: mira, pero si casi todos son hombres. Mi narrativa se alimenta de todo esto, de otros géneros –escritos o no– y de muchas cosas que leo y no me gustan nada. Pero todo esto es más o menos de ahora, no recuerdo qué leía en la época en que escribí estos cuentos. Mucha literatura gallega, seguro –lo que siempre está bien porque hay que conocer el campo en que uno se mueve para no ser un pobre inocente–, y supongo que autores más o menos comerciales, del estilo de García Márquez o Saramago.