"LA LITERATURA ESTÁ A SALVO PORQUE ES FLUCTUANTE"
El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos. Cecilia Eudave y Salvador Luis, compiladores. Sangría Editora. Santiago, 2007.
Si bien puede parecer una curiosidad en los escaparates de las librerías chilenas, el afán de escritura colectiva que movió al narrador Salvador Luis (Lima, 1978) a realizar junto a la mexicana Cecilia Eudave la compilación El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos, que en diciembre de este año se publica en ediciones complementarias de Santiago –por Sangría Editora– y Lima –por Editorial La Buena Vida–, no es nuevo para el director de la revista electrónica Los Noveles: no sólo ha publicado a título personal el libro de relatos Miscelánea o el libro geminiano (Los Underdogs, 2006) y el catálogo Rock duro y metal pesado (Los Underdogs, 2006), sino que también ha preparado las antologías Peruanos iletrados: narrativa peruana (2004) y Banda aparte: antología de cuentos cinematográficos (2005), así como los ciclos de literatura femenina, fantástica y regional “Ellas” (2003-2005), “FantástiKA: nueva antología de literatura fantástica” (2006, también con Eudave) y “Estación Central: narradores de Centro América y el Caribe” (2006), junto a la salvadoreña Jacinta Escudos. Esta diversidad productiva también se expresa en los cuentos, artículos, guiones y críticas de cine que este autor nacido como Salvador Luis Raggio publica en diversos medios electrónicos y de papel, mientras realiza sus estudios de posgrado en Miami, Estados Unidos.
–Qué tal Salvador, espero que muy bien. Para empezar esta conversación diferida quisiera preguntarte sobre las expectativas que los lectores de lengua castellana se suelen hacer en torno a la narrativa de tu país: en la última década hemos pasado desde una percepción monolítica de la narrativa peruana–con Arguedas, Vargas Llosa, Bryce, Ampuero– a un entramado complejo de narradoras y narradores que difícilmente aceptarían las categorías de literatura nacional, de géneros definidos y cánones novelísticos que estos escritores forjaron. Tú mismo vives fuera del Perú hace varios años, y no has publicado novelas, ensayos ni crónicas, sino libros breves, fragmentarios y colectivos. ¿Según tu perspectiva, cómo se puede leer la tradición literaria –por ejemplo, la rica novelística de tu país– despojada de las nociones de Gran Autor y de Obra Magna?
–Bueno, la verdad no sé si es posible. Todo es parte de un todo. Tal vez lo que sucede es que hay transiciones, momentos es que se reordena el plano y por eso el Gran Autor no se asemeja al de antes, pero me parece que sí está presente. También debemos tener en cuenta que una localidad puede ser localista o globalista, según los tiempos; lo que creo que sucede es que muchos países hoy por hoy cuentan con una literatura más o menos hegemónica en su territorio que no es localista como antaño, sino localista como hoy. En mi opinión, casi todas las capitales son ciudades del primer mundo, están en condiciones privilegiadas, hay más orden en unas que otras pero casi los medios actúan en la recepción cultural: internet, televisión por cable, cine, revistas, etcétera.
Volviendo al caso específico del Perú, quizá ahora no se hable tanto de este tema, ya sea porque los peruanos no se caracterizan por alzar la voz o porque no es un tema de moda. Pero es muy obvio que hace algunos años Mario Bellatin, peruano-mexicano/mexicano-peruano, es uno de los narradores más influyente después de MVLL, Bryce Echenique, Ribeyro y Arguedas. Es impresionante el poder de Bellatin, y pocos se fijan en él como pieza clave de la narrativa peruana, porque consideran a Mario un producto de la Anagrama del siglo XXI. En cambio los peruanos, especialmente los limeños, hemos tenido la suerte de leer a Mario desde fines de los años 80, y con una muy fuerte recepción de su obra, semi-canonizada, hacia fines de los 90. Que me perdonen mis amigos y conocidos, pero en mi opinión el escritor peruano más importante de los últimos 20 años no se apellida Benavides, Roncagliolo ni Cueto, sino Bellatin. Mario Bellatin, se siga o no su estilística al pie de la letra, es un punto de quiebre importantísimo y a la vez un foco de propagación. Cuando Mario vivía y publicaba solamente en Lima no había un referente inmediato para explicarlo, era una obra muy original y hasta subversiva que leían todos los narradores. Y para mí eso lo convierte en un monolito.
Pienso en que existe la escuela vargallosiana, la ribeyriana, la arguediana. Otra muy popular que es la que sigue los principios de Oswaldo Reynoso, padre de gran parte de los narradores peruanos urbanos. Está la oralidad de Bryce Echenique en cada esquina, y a esas pocas se le puede sumar la escuela bellatiniana, porque te aseguro que la fragmentación, el minimalismo, la atemporalidad y acontextualidad muchos de los narradores peruanos menores de 35 años y criados en Lima las notaron por primera vez en Bellatin y no en Carver, ni leyendo la teoría de Bakhtin o viendo duplicados avant-garde en Pulp Fiction. Entonces, pienso que monolitos hay, aunque se los vele un poco, como es el caso de Bellatin en el Perú. O Luis Loayza (1934), que ni siquiera publica y es un Teofilo Cubillas literario; él aparece en todas las listas de popularidad. La verdad es que la tradición sin monolitos no funcionaría: es que no habría dónde apoyarse.
–Por favor cuéntame más sobre el arte de escribir misceláneas, bestiarios y catálogos, de la percepción singular del tiempo y del espacio que exploras en ellos. Me pregunto si la vastedad, la concentración, el silencio y la demora son atributos literarios que la literatura puede sostener contra el imperio de la fugacidad con que lo peor de los formatos artísticos nuevos –la televisión, internet, la música pop, el videojuego– parece querer modelar la vida cotidiana de los lectores.
–No sé si podemos generalizar lo que algunos hemos optado por hacer, finalmente es cuestión de gustos. A mí, por ejemplo, me gusta mezclar y ser breve; es obvio que quienes nacieron a mediados de los años 70 pertenecen a un mundo digital, distinto al mundo analógico de sus padres; un mundo al que no nos tuvimos que adaptar sino al que simplemente llegamos, pero el tema de los medios masivos e hiperactivos de comunicación no lo juzgo como un perro rabioso sino como uno de los tantos elementos de este tiempo. Cuando no existía la psicología nadie tenía personajes maníaco depresivos, cuando no había televisión el cine era rey. Creo que así como hay literatura fugaz, de tiempos rápidos, también la hay pensativa y concentrada. Coexisten muchos tipos de arte en una época: mediáticos, contrahegemónicos, de alta cultura, de baja cultura, hay de todo. Y cada uno escoge su camino basándose en sus fijaciones. Yo, honestamente, no puedo escribir trescientas páginas porque soy una persona que no tiene ese tipo de concentración; mi naturaleza prefiere los tramos cortos. Es más, siempre digo que hago trampa, que sólo sé escribir relatos. Luego tengo a alguien como mi novia, Claudia Apablaza, que comparte algunas de mis fijaciones y que tiene, de la misma forma, algunas que yo no tengo. Con ella puedo sentarme a preparar un collage pero no a ver televisión, que es algo que no le atrae y que a mí me nutre. Tengo una amiga como Espido Freire, que es autora de novelas más extensas, y con un estilo menos posmoderno que la mayoría de escritores nacidos en los años 70, y no por ello deja de ser una narradora atractiva. Mis gustos, desde luego, me moldean y me identifican, pero creo que la literatura está a salvo porque es fluctuante, como todas las artes; es decir, la humanidad sube o baja, se mueve, se estanca. No hay de qué temer: cuando se acabe internet habrá seguramente otra tecnología o no habrá ninguna, y de vuelta a empezar, que es lo que siempre sucede. Quizá la pregunta no debería ser acerca de la fugacidad o la concentración, sino acerca de la calidad. Hay novelas muy largas que no causan más que lástima y cortas como Las noches blancas de Dostoievski, que solía extenderse como nadie, y que sin embargo te quita las palabras con aquel libro que se lee en una hora.
–Es interesante constatar algo que en la confección de tus libros es evidente: el hecho literario –la lectura, sí, pero también la escritura, los movimientos estéticos y el mercado de la literatura– es un fenómeno colectivo. ¿Es que el libro por venir será escrito a varias manos?
–Eso no lo tengo muy claro; la mejor respuesta es decirte que no lo sé, lo del por venir. Algunos vanguardistas –los abuelitos de la vanguardia, aquellos que inventaron todo lo que los jovencitos consideramos nuestro– escribían colectivamente. Creo que un cadáver exquisito cabe como ejemplo. Ahora bien, la confección de un libro parte de quien lo ensambla; yo, como te dije antes, tengo mis fijaciones y mis adicciones. Algunas personas, no se si para bien o para mal, transmiten en la misma frecuencia que yo, y así es como colaboramos y nos conocemos un poco más. Espero, eso sí, y esto lo digo sin ánimo de sonar como una estatuilla sobre pedestal, que no se tome como un ejemplo. Es decir, hay muchas cosas que uno puede modificar, hay muchos temas con los que uno se engancha. He trabajado de manera colectiva en los últimos años quizá porque suelo funcionar como pegamento entre mis amigos, pero mañana quizá no lo haga, o quizá sí. No sé cuál exactamente es el por venir del libro, pero seguro que no será tan malo. Siempre hay algo que merece la pena, sea colectivo o individual, o ninguna de las dos cosas.
–En el prólogo a El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos –que escribiste en conjunto con Cecilia Eudave–, diferencias entre los “animales conocidos” y los “animales indocumentados”. Tiene gracia que llamen bestias a los autores en esta compilación, y que el carácter de bestiario ya no esté dado por un afán de catalogar o imaginar los objetos narrados, sino por definir de una manera exacta a los sujetos de las narraciones que se publican. ¿Cuál te parece que es la animalidad característica de estos escritores hispanoamericanos de ficción de tu tiempo, de tu compilación?
–Bueno, cuando Cecilia y yo nos planteamos el reto de El arca fue todo nada más que un juego de niños: escritores, animales: escritores-bestias. Diría que todos somos muy típicos, mamíferos lampiños que dejamos los árboles y las cuatro patas. Pero, hablando en serio, si había algo que necesitábamos era un grupo de escritores que pudiera adaptarse al proyecto fácilmente, lúdicos en todo el sentido de la palabra. Porque, en verdad, cuando no tienes ánimos de jugar no funcionas en una compilación como esta. Las reglas eran muy fijas; no todos los escritores tienen ganas de internarse en una antología temática como El arca, demanda otro tipo de inclinación. Con esto no quiero menospreciar a nadie, a lo que me refiero es que para tomarte en serio el juego debes tener ganas de jugar, y a veces es más fácil participar en una compilación sin conceptos, algo simple –Narradores jóvenes de X, Narrativa contemporánea de la ciudad Y– que formar parte de un bestiario lúdico y con ciertos principios. Si hay una animalidad a resaltar creo que es la capacidad lúdica de todos estos escritores. Diría que esa es la característica que buscábamos.
–¿Hay en la referencia bíblica omnipresente en El arca una intuición catastrófica, apocalíptica, con respecto a la literatura de habla castellana? Me refiero a que tú vives en un país anglosajón, a que trabajas en cine y a que ninguno de los escritores compilados pertenece, digamos, a la Real Academia de la Lengua Española. ¿Crees en que es inevitable que esta lengua franca que es la cultura globalizada dé a luz una nueva lengua romance, como un diluvio violento que arrase y limpie las bibliotecas, los computadores de esta tierra? ¿Y si así fuera, qué es lo que tendría que sobrevivir?
–En principio creo que lo más interesante del mundo es su heterogeneidad, y todo cambia y se adapta. Le sucede incluso a los idiomas; el español a fin de cuentas es un derivado del latín. Y como todos los idiomas no permanece en estado puro sino que coquetea con los demás. Por otro lado, sabemos que el castellano nunca ha sido un idioma del centro sino de periferias, no veo un debilitamiento en ese sentido. Siempre el castellano ha estado inscrito en países que no hacen girar, por así decirlo, el mundo. No son países muy progresistas los que hablan castellano. Al no estar en el centro, el castellano recibe más aportaciones de otras lenguas que las que entrega. Pero eso no es lamentable, al menos no para mí; el inglés suma muchísimas palabras francesas, importadas tal y cual. No pienso que El arca tenga una intuición apocalíptica, al menos eso nunca estuvo en nuestros planes de trabajo. Pero si la tuviera sólo sobrevivirían las cucarachas, ¿no? Aunque Gene Simmons siempre corrige: las cucarachas y Kiss.