—Hola, Jorge. Creo que hay una intención de engaño al lector que cruza todo Ygdrasil. Es visible al final, pero se ve más nítidamente en un momento específico de la narración (que, personalmente, me gusta mucho): Mariana va caminando con Günther y el Reche y se encuentra con su doble. Sin detenerse, el narrador pasa de uno a otro sujeto imperceptiblemente.
Es posible, a partir de eso, conjeturar que lo que pretendes es crear una modificación en la percepción del lector, crear sorpresa y un constante proceso de readaptación en las maneras en que se lee ordinariamente. ¿Qué efecto pretendes producir en el lector con la narración en Ygdrasil?
—La lectura de Antonin Artaud me produce placer físico. El espectáculo macabro de un autor intentando comunicarse desesperadamente como desde el más allá, usando sólo lenguaje escrito, es fascinante. Artaud fracasa, el lenguaje fracasa. El mensaje es demasiado para una herramienta a todas luces primitiva e insuficiente. Ahí reside la belleza de esos textos. Un autor ahogándose en visiones que producen textos fracturados. La poesía no está en las palabras, son las palabras intentando hacer parir la poesía, y con mucho dolor.
Lo que pretendo con la narración de Ygdrasil es comunicar forzando el lenguaje, armando frases que entren en el lector y se desplieguen dentro de él como granadas de mano. Es decir, que la descripción de A incluya frases y palabras que sugieran B y C; cruzar mundos, producir inestabilidad y sinestesia. Busco frases radioactivas, que siempre estén apelando a estados límitrofes y conceptos arquetípicos para sostener en vilo al lector, en un estado de trance primordial permanente, un satori narrativo.
El ejercicio de Ygdrasil es un constante golpe a la credibilidad, página a página. El reto de mantener al lector sumergido en la sorpresa, incapaz de adivinar qué va a encontrar al girar la página. Ese es mi desafío ¿Quiero entretenerlo? Pareciera que quiero agredirlo.
El uso de las metáforas en Ygdrasil tiene un sólo objetivo: describir lo indescriptible. De esa manera el lector está en otro constante ejercicio de imaginar lo inimaginable, involucrándose en la construcción de mundo poco cristalino, parecido a un sueño, donde las palabras fracasan y sólo queda el lirismo, la sinestesia y las comparaciones alucinadas. La verdadera trampa es que ni siquiera el autor sabe cómo es el Selknam realmente.
Ygdrasil es una alucinación; el autor se ve obligado a intentar comunicarla y fracasa, pero en el intento deja una obra con forma propia, un golem imperfecto, pero amenazante.
—Tangata Manu, Selknam, el Imbunche, Mariana… Son nombres que utilizas para nombrar a algunos de los personajes de Ygdrasil. Algunos se justifican en su descripción, como el Imbunche, otros adquieren pleno significado avalados por los hechos, como Mariana. Sin embargo, hay una utilización de ciertos nombres de la mitología o historia —en este caso chilena— como en el caso de Tangata Manu y Selknam, que no tienen un sentido denotativo ni connotativo ostensible. ¿Qué subyace a esa elección? ¿Es un mélange de corte sonoro o hay una razón más profunda que puedas explicar?
—Ninguna otra razón que echar mano a la cultura local para nombrar lo que necesitaba nombre. Podría haberles puesto John o Mordred, creo que ahí no me habrían preguntado nada.
Tiene que ver con mi lucha personal por levantar desde la pedagogía nuestro tremendo bagaje cultural mítico. Quiero ver nuestras pesadillas circulando en papel impreso y celuloide. Me gustaría que todos echáramos mano a lo que tenemos al momento de producir, en particular fantasía. Es la única manera de generar mundos potentes, cuando el barro con que modelamos viene desde nuestro propio inconsciente.
—Al margen de todas las referencias o citas evidentes —por ejemplo el animé, la mitología, el orientalismo, la pornografía, la ciencia ficción—, ¿qué gatilló la creación del mundo deforme, integrativo y, a la vez, coherente de Ygdrasil? ¿Qué es lo que te lleva a exponer lo que, en fin, es una lucha entre el bien y el mal?
—Lo que le pasa a muchos: quería escribir la literatura que me gustaría leer. Es un poco preguntarle al ciprés por qué produce ese tipo particular de hojas. Él no tiene idea y yo tampoco. Lo que salió es la forma de mis pesadillas, es la fe inquebrantable en mi propio delirio, ampliado, megalómano y desaforado.
No es que el Bien pierda en Ygdrasil frente al Mal, lo que se verifica es la validez de la escala alimenticia: la crueldad prevalece. Es por eso que el mundo no es manejado por poetas o por músicos, ni la cadena alimentaria la encabezan los caballitos de mar.
—Hay un proceso que está presente en todas las neo religiones: materializar, a través de la tecnología, de las energías, etcétera, lo que para la tradición cristiana era evidentemente incorpóreo. Y no sólo al hacer confluir lo metafísico con la tecnología, sino además llevar por el mismo camino y sin problemas la espiritualidad y el lucro. Ygdrasil no sólo juega con esa confluencia, sino también ha lucrado de esta experiencia. ¿Adscribes, con la escritura de Ygdrasil, a la ideología New Age, o das una mirada sospechosa sobre ella?
—Yo creo en todo. Desde el día en que me preguntaron que opinaba de la reencarnación me quedó claro: ¿quién soy yo o cualquiera para tener una opinión sobre lo post mortem? Así que me relajé y me concedí algo que ocurría naturalmente en mí: creo en la reencarnación, en el paraíso definitivo, en los jardines indostánicos, en la muerte definitiva, en las abducciones, en la Atlántida, en los raelianos y en que Elvis vive en Marte. Es decir, no creo en nada, pero creo en todo. Esta edge milenarista posmo le ha dado permiso a cualquiera para que vaya a su esquina y forme su propia visión de las cosas. Convertí en literatura eso que anda circulando como verdades trascendentales. De hecho, considero literatura todo eso que circula por ahí como verdades trascendentales, y la leo entusiastamente como tal. Mis amigos se ríen porque tengo a la Biblia entre mis libros de Literatura fantástica. Tengo un gran interés por la producción humana en ese sentido, quizá más que la que los mismos creyentes tienen. Borges tiene una frase muy buena para esto —era que no: “Los católicos creen en un mundo ultraterreno, pero he notado que no se interesan en él. Conmigo ocurre lo contrario; me interesa y no creo.”
No me interesa definirme en ese sentido, tampoco.
—Finalmente, ¿qué te ha parecido la recepción de tu primera novela?
—Perplejo. Jamás pensé que un libro de un subgénero literario sin ninguna tradición en Chile pudiera despertar semejante interés. Ha sido un fenómeno transversal increíble, del que han participado desde las publicaciones más alternativas hasta las más tradicionales —léase El Mercurio y compañía. El más sorprendido soy yo. Parece que el horno estaba para bollos.
La Andrea Palet —editora de Ediciones B de Chile— me aconsejó que cambiara mi visión sobre lo que consideraba una elite. Pero esto es mucho. La novela es dura, es rara, es fuerte, es violenta y una larga lista de razones para que incluso se aconsejara fuertemente su no publicación en nuestro mercado. Sin embargo ahí está, entre los best sellers, gruñendo junto a Anne Rice y Dan Browne. Increíble.