“LA LITERATURA BUENA ES FUERTE, BRUTAL, CRUEL Y MARAVILLOSA, ALEGRE Y AMORAL”
TRILOGÍA KARAOKE. Editorial Cuarto Propio. Santiago, 2006.
–Hola César. Quisiéramos conversar contigo sobre el título de esta, tu primera novela. En especial de la primera parte del título, que apunta hacia la necesidad de leer como conjunto los relatos de los narradores protagonistas, tres famosas y –usualmente– antipáticas figuras de la televisión local. A la postre, las narraciones de personajes comunes y corrientes que incluyes en los apéndices finales son el complemento que uno como lector necesita para comprender y contextualizar el mundo de Trilogía karaoke, y sin embargo están definidos expresamente como textos secundarios. ¿Busca la estructura de tu novela un lector activo que –a diferencia de los narradores– no sea nada convencional ni cronológico, sino que salte entre una sección del libro y otra, críticamente?
–Antes que todo, quiero agradecerles el espacio. Honestamente, hay muy, pero muy pocos espacios que se dediquen a la literatura de manera seria y donde se pueda confiar en que la línea editorial esté preocupada de generar discusión y reflexión, y no de apitutar a un amigo, tío, vecino, amante o quien sea que le pague el alquiler. Sin duda eso resulta importante para el medio, y muy interesante para las personas que de algún modo estamos vinculados a las letras.
Respecto de la pregunta, bien, en principio creo que la estructura de la novelita efectivamente busca un lector que interprete, que coopere con la lectura, que llene los intersticios del texto (de los cuales está plagado). Precisamente mi novela busca alguien que no sólo haga el esfuerzo de juntar las letras, sino que además sea capaz de hacer un esfuerzo casi exegético, un intento hermenéutico, fallido de todos modos, pues no espera un compromiso con una verdad final que, de hecho, no existe en Trilogía karaoke. ¿Saben?, uno de los principales temores que tuve –y tengo aún– cuando se publicó el librito (y alguien inseguro y no muy inteligente como yo tiene muchos, verdaderamente) fue el siguiente: pensar que los lectores no harían ese esfuerzo, que los lectores no intentarían penetrar más allá de la superficie de lo narrado y de ese mundo desagradable, odioso, banal y fragmentario al que hace referencia, al menos en una buena parte; me da mucho miedo que la gente lea la novelita y crea que es sobre la farándula, sin embargo es algo que debo asumir: los textos tienen una vida propia, fuera del autor y a eso no hay vuelta que darle.
–En ese sentido, ¿cuál sería la diferencia sustancial entre los dos tipos de relato de tu novela, y qué te hizo separarlos?
–Creo que esa diferencia tiene dos ámbitos, uno que podríamos llamar ético y otro que se podría llamar estético. Aunque la verdad –vaya, descubro lo dieciochesco que soy– creo que no están, al menos del todo, separados. Éticamente, yo creo que el mundo no es únicamente una mierda y el texto necesitaba presentar, al menos en algunos casos, el reverso de ese mundo que aparece a lo largo de la primera parte del librito. Trilogía karaoke pedía la oportunidad de decir que existe la posibilidad de ser de otro modo –al menos en algunos casos–, la oportunidad de enunciar otros ámbitos, de mimetizar otras opciones de plantarse en todo este animal enfermo que es nuestra sociedad. Pero claro, también hay una parte estética, que tiene que ver con la posibilidad de varias voces en torno al mismo fenómeno. Eso fue interesante, originalmente esas voces sólo hablarían de las historias de los personajes centrales, pero en lugar de eso en ciertos casos terminé escribiendo historias que se iban y adoptaban vida propia, sin relacionarse necesariamente con las historias originales. Creo que eso se debe a que, por una parte, siento que la vida es así, llena de voces y todo el mundo cree que es el personaje central de la historia, todo el mundo cree que es el protagonista de la vida, pero en realidad, sólo es el protagonista de su vida, una diferencia sutil, pero importante después de todo… Ahora que lo pienso, esa parte de la estructura de la obra está más vinculada al concepto de mímesis de lo que había notado; de todos modos, la idea era exponer un mundo más lleno de lo que parece, con más opiniones que las autorizadas, un mundo donde otros pudieran narrar y, en lugar de hacer lo que se requería de ellos (hablar del centro temático-narrativo), se tomaran la palabra y contaran lo que se les cantara decir, que fue lo que finalmente ocurrió.
–Desde los títulos de las secciones principales, Trilogía karaoke se anuncia como una reescritura de la tragedia griega clásica. ¿Qué aspectos –modales, temáticos, extratextuales– de la tragedia tomas en consideración para tu escritura? Cuéntanos si como los tragediógrafos griegos también buscas producir miedo y piedad, y cómo entra la catarsis en esta ecuación.
No creo que pueda escribirse una tragedia hoy día. Incluso si me apuras creo que no puede representarse, al menos no en el sentido clásico del termino, de ahí los epígrafes que aparecen al principio; el de Luchito Vaisman, que dijo una vez en clases “no es que ya no haya personajes de tragedia, es sólo que el mundo ya no está a la altura de las tragedias”, al menos para mí resulta completamente iluminador: la tragedia clásica requería una moral, una ética, personajes “mejores que nosotros” que se jugaran la vida en torno a sus decisiones y actos, estoy pensando sobre todo en Esquilo y Sófocles, pero también en Eurípides; los personajes de esas obras son “más grandes que la vida”, son caracteres que viven sus conflictos desde lo profundo de sí mismos, desde la vida o la muerte, viven sus dramas por el bien, la verdad, la justicia, el honor en un mundo donde existe un orden último y superior, donde hay verdades finales y donde las exigencias éticas y morales pesan seriamente en la existencia. Esos personajes son pedagógicos y se insertan en obras que intentan legitimar un orden de mundo, un orden moral; hay una idea de grandeza de la vida y de una civilización que resulta imposible hoy día.
Aun así quise rescatar ciertas aspectos mínimos de la tragedia griega, pensada como la describe Aristóteles –principio, medio y fin–, que claramente no resultó –no en el sentido aristotélico al menos– justamente por los apéndices (creo yo). Sobre la idea de la mimesis y de lo que eso significa, no sé si será conmiseración y temor. Creo que, si me lo preguntan, ahí hay otra imposibilidad: siento temor con esos personajes, temor en el sentido aristotélico porque ese podría ser yo, ese mundo de mierda es el mío y yo podría estar ahí, todos llevamos un pequeño hijo de puta dentro, que controlamos hasta donde somos capaces no más, pero conmiseración me resulta imposible sentir por ellos, no puedo vivir la miseria de ellos en mí, no puedo conmiserarme de sus vidas y dramas; tal como ustedes anotaron muy lúcidamente al principio, esos personajes en su mayoría son detestables; ustedes lo enunciaron elegantemente, dijeron “antipáticos” y yo sólo diría que son unos conchasumadres. Luego me es imposible conmiserarme en torno a sus historias. Como consecuencia de ello no hay posibilidad de catarsis, pero la verdad hay otra razón por la que la catarsis es imposible en esa novelita. Ocurre que la idea de catarsis, ese concepto espiritual y homeopático, requiere de un mundo con coordenadas morales o por lo menos éticas, que en nuestra sociedad no es que se nieguen: simplemente no vienen a cuento, no son pertinentes ya, están fuera de lugar. Uau, ¡qué moralista que soy!
–El cine es una disciplina artística que se ha apropiado de la palabra "trilogía" para producir películas en serie en torno a un mismo mundo de ficción, y ya hemos hablado de que Trilogía karaoke es una reescritura de la antigua tragedia griega. Nos referimos a dos formas narrativas que fueron las más influyentes de su tiempo, y sin embargo eliges la novela, que a su vez fue la narrativa de la burguesía europea del siglo XIX, para poner en marcha estas historias. ¿Por qué hoy, en Chile, se te hace necesario escribir una novela y no hacer cine o dramaturgia –el género que históricamente ha estado ligado a la tragedia y al que se asocia tu trabajo académico–, por ejemplo?
–Efectivamente, el cine ha convertido el concepto de trilogía en un chiste, de eso qué duda cabe. Por otro lado, la narrativa es el género solemne de la burguesía decimonónica, eso no hay modo de discutirlo casi, pero no es menos cierto que venía creciendo desde mucho antes y que ha tenido un desarrollo enorme después. Digo esto por un prurito personal nada más: sólo quiero apuntar (no puedo evitarlo) que no hay que dejarle algo tan importante y bonito como la narrativa –y principalmente la novela– a los burgueses, aunque los muy cochinos escribieron las mejores, todo hay que decirlo.
Pero yendo a la pregunta: qué les puedo decir, me hacen una pregunta asesina, una pregunta obscena, inteligente y lúcida, como todas las preguntas que me hacen, pero imposible de contestar. Al menos imposible de contestar dignamente, mira con la empanadita que salen: ¿por qué hoy en Chile se me hace necesario escribir una novela y no hacer cine o dramaturgia? Es una maldad, francamente.
En fin: amo la narrativa, amo la literatura, hay un sinnúmero de razones más por las que escribir una novela, razones que pueden ir desde que hacer cine o teatro es más caro y se hace con grupos de gente, ambas cosas en las que no estoy bien evaluado: sin plata y sin muchos amigos. Pero además el cine me gusta verlo y no necesariamente hacerlo. Quizá me gustaría hacer documentales (falsos, claro está, docuficción que le llaman). Por otro lado, la literatura es enormemente necesaria en un país como Chile, un país casi analfabeto. Pero todas esas razones son accesorias, todas esas son razones externas… Mira, la verdad escribo porque la literatura me produce lo que con un amigo llamamos el efecto Maradona: este efecto se producía viendo jugar al Diego, uno lo veía jugar y decía “vaya, que fácil es jugar a la pelota”, y luego “yo quiero jugar a la pelota, si se trata de eso”. Entonces te daban tantas ganas de ir a jugar, pescabas una pelota y entendías que el tipo era un genio.
Amo leer, soy un adicto a los libros, leo cuanto puedo y un buen libro, una novela que me guste, puede cambiarme el día, el mes, la vida. Una novela buena me depara un goce excepcional, algo que no puedo explicar en palabras, una cosa que pasa por la emoción y la racionalidad, una especie de invasión donde yo mismo me borro y sólo quedan palabras, y que gozo extremadamente. Hay una cosa terrible en la literatura: te mueve, te sacude, te incendia, te toquetea el alma y te hace cosquillas donde ni siquiera sabes que eres tú, te convierte en algo o alguien mucho más sublime de lo que a menudo eres (si es que uno pudiera pensar que a ratos lo es). Te permite conocer mentes más interesantes que la tuya y mundos a los que nunca, pero nunca, habrías accedido de no ser por esas obras. No hablo de mundo reales o fictivos, estoy pensando en algo mucho más abstracto, una cosa como mundos filosóficos; la literatura buena, esa de verdad, es fuerte, brutal, cruel y maravillosa, alegre y amoral. Nada hay que pague esa sensación.
Supongo que por eso escribí mi novelita. No es que uno se la pase realmente bien escribiendo, pero sin escribir la vida sería peor. Esta no es una gran novela, no es una novela importante ni una novela para la posteridad, no va a cambiar la literatura chilena ni nada por el estilo. Es una novelita, y sólo los lectores pueden decir si vale la pena o no. Yo soy más bien un lector incompetente respecto de ella.
–El título de tu novela señala que se trata de un karaoke, es decir, una interpretación que busca ser fiel y literal con respecto a un modelo formal previo. Esto se nota con respecto a la tragedia clásica, pero también con respecto a ciertos aspectos estilísticos de tu prosa, concretamente coloquialismos y una sintaxis que imita la oralidad. ¿Se podría decir que Trilogía karaoke es una novela naturalista de nuestro tiempo, o bien su estilo narrativo también busca reescribir el modo directo del monólogo y del diálogo escénico?
–Creo que tengo un desacuerdo con ustedes. No creo que un karaoke sea una interpretación que busque ser fiel y literal con respecto a un modelo formal previo, es posible que ustedes tengan razón, pero nunca lo pensé de ese modo. En un karaoke están grabadas las pistas de una canción, pero la voz principal no está, exige que alguien llene ese espacio y lo cante. Se supone que debe ser igual a la versión original, pero como los japoneses saben –y todos los que hemos ido a un bar karaoke alguna vez–, eso nunca ocurre, entre lo borrachos que somos y que generalmente tenemos oreja de zapallo, je,je,je, pues bueno, la versión nunca es igual al original. El karaoke es otra cosa, es un soporte del original pero incompleto, siempre abierto a lo que pase en el momento, es un cantarlo ahí que siempre debe actualizarse, llevarse a cabo en el momento y en que cada intérprete –esa es la gracia, precisamente– lo hace de modo distinto. Es una performance única e irrepetible. Desde ese punto de vista, creo que Trilogía karaoke busca eso: que cada lector cante sobre ella. Son reescrituras de tragedias que no tienen coro, creo que la novelita quiere que el lector sea el coro, que complete la obra, el librito es un soporte que espera ser intervenido.
Por otro lado, creo que definitivamente Trilogía karaoke no es una novela naturalista, ni de lejos. Es cierto que hay crítica social en ella, pero hay muchas cosas del Naturalismo que no tiene. Esta novelita no es determinista en ningún sentido, la sexualidad no está mostrada necesariamente como un problema o un vicio, no importa nada la herencia genética o el ambiente donde la gente se desarrolle; por el contrario, intenta mostrar que a pesar de todo eso el mundo puede pensarse de otro modo. En todo caso es una pena negar la comparación, hay autores que me gustan muchísimo del período, es un piropo demasiado grande la verdad, pero no. No creo que haya mucho de naturalista en la Trilogía karaoke.
Tampoco creo que desde las voces narrativas eso sea así, los narradores no son realistas ni naturalistas para mí, quizá hay un intento de monólogo aunque no mucho diálogo directo, no pasa por ahí esa especie de mimesis que se busca en los personajes que narran. Es simplemente un verosímil, pero busca contar lo que podría pasar y el modo en que esos personajes podrían decirlo, no como realmente pasa o se narra. En el fondo, los personajes de Trilogía karaoke están movidos por hilos que van más allá de ellos. Hay un todo en la novela del que ellos mismos son incapaces de percatarse. O eso creo.
–Es interesante que esta sea una novela sobre la televisión chilena, una reflexión y una pregunta sobre las consecuencias que el vaciamiento de todo afán de significado narrativo tendría sobre las vidas de la gente. ¿Crees que se puede escribir sobre este espectáculo de otra manera que no sea la parodia o la tragedia?
–Sí. De hecho creo que la novelita no es ni lo uno ni lo otro, ojalá pudiera serlo. Está el otro epígrafe al comienzo del texto, el del padrecito Aristóteles: “los (poetas) antiguos, en efecto, hacían hablar a sus personajes en tono político y, los de ahora, en lenguaje retórico”. Son esas cosas que se le escapan al viejo, esas especies de sentencias morales y hasta emotivas que casi no vienen a cuento en su tratado. Creo que la novelita tiene algo político, no me trago todo esto de que la farándula y toda la mierda de la tele sólo sea un divertimento, que sea ingenuo y que no tenga efectos serios en nuestra sociedad. Ese es el clásico argumento que los propios periodistas de esos programas dan: “ay, pero si esto es diversión, realmente no importa”. No, no me lo trago. Al contrario, soy extraordinariamente paranoico y creo que hay personas a las que les conviene esto, que detrás de ello está la legitimación de cierto orden. Si fuera tan naif, no correría la cantidad de plata que allí corre, no habría tanta persona lucrando con eso. Los canales de televisión, que son empresas notablemente prósperas, no tendrían cientos de miles de pesos y montones de gentes y horas invertidas en ello. Creo que sin duda ahí hay algo y algo importante, ahí pasa un fenómeno de cuidado: la gente está dormida completamente y vale la pena pensar por qué y con qué se duerme. A alguien le sirve toda la trivialización farandulera del mundo, que se borre todo nivel trágico o expresión sublime de la vida, y no creo que a quien le sirva sea a esta –hoy día– figura retórica llamada pueblo.
Pero esto me lleva a otra cosa que me parece pertinente decir, y es que creo que el arte debe ser político. No creo en el arte independiente ni puramente estético, pues un arte independiente, un arte creado y funcionando de ese modo pierde demasiado y deja cosas demasiado importantes en manos de gente que no debe. Un arte independiente es muy bonito, claro, no está regulado ni al servicio de nada que no sea él mismo, pero al mismo tiempo pierde toda posibilidad crítica o por lo menos la neutraliza. Toda la vanguardia de principios del siglo pasado, admirable y hermosa, no es sino una especie de infantilismo de izquierda. Esa vanguardia negativa que proclamó el fin del arte burgués es admirable, insisto, y por momentos extraordinariamente creativa, pero le entrega demasiadas cosas (que yo aún considero valores) a la burguesía y al poder, precisamente al desdeñarlas. Desde ese punto de vista, Brecht, Beckett y Sartre me parecen mucho más interesantes. El arte es estético pero político también, político con apellido, con el deseo de cambiar estructuras más que de no estar en la moral burguesa. Una novelita no es una metralleta, una novelita no es una revolución –eso hay que dejarlo claro–, pero son palabras y pueden mover una cabecita. Es algo más que nada.
–Hay una musicalidad implícita, un oído constante al servicio de la narración de Trilogía karaoke –aunque, por el contrario, no armonías– y la sección final se titula “Apéndice de voces”. A esto se agrega la dinámica de la narración dentro de la narración, cuando hacia el final se desliza la posibilidad de que esta novela la haya escrito Rafa Caserh y que César Farah, su amigo y doble, se la robara para publicarla a su nombre. ¿Qué es la voz literaria si lo que se publica ha sido robado a un otro que es idéntico al autor? ¿Crees que existe impostación o plagio en ese coro que llamamos literatura chilena actual? ¿Y, finalmente, qué lugar, qué melodía, qué contrapunto quieres registrar en tus próximos libros?
–No sé muy bien qué es la voz literaria. La voz literaria puede ser una especie de palabra imitada, pero que no existe hasta antes de esa imitación que es lo literario. Es lenguaje imaginario que genera mundo fantásticos, pero al mismo tiempo toda obra literaria es un robo de otras obras y todas –en alguna dimensión o en algún ámbito– se conectan, se hermanan, se tocan. Hay promiscuidad en la literatura, una promiscuidad obscena que al menos para mí es un deleite (qué fome si no), por lo tanto creo que la voz literaria no puede ser otra cosa que robos, más todavía cuando hablamos de una novela que intenta reescribir (pobremente) tres tragedias griegas clásicas. Evidentemente esta obra es intertextual, pero la verdad creo que toda la literatura lo es; nada nuevo lo que digo, pero es cierto para mí: todas las obras toman de todas las obras y no creo que haya un centro, un lugar específico que detente un espacio privilegiado en lo que podríamos llamar el discurso literario. Y si existe no me gustaría estar ahí, preferiría que las voces –todas las voces literarias– me absorbieran, me llevaran consigo en la ola promiscua y erótica de la literatura. En última instancia, podría agregar que no creo que Rafa Caserh y su doble César Farah sean iguales. En ese sentido le creo más al tercer personaje, Armando Carrillo: hay que enterrar a Farah y liberar a Rafa Caserh. Quizá la voz literaria dentro de una obra sea una estrategia, un mecanismo de seducción que requiere alguien que quiera dejarse seducir por esa especie de putita que es la novela. Quién sabe. En verdad no sé.
Respecto de la literatura chilena actual, conozco poco. Y en general, con honrosas excepciones, no me interesa mucho. Los artistas en general y los escritores en particular son muy pesados, muy huevones, demasiado autorreferentes y egocéntricos (ya sé, ahora yo mismo he devenido en escritor, pero no pretendo ser mucho mejor que eso, en absoluto; de hecho, diría que soy peor que eso). Por lo mismo, conozco poco. De todos modos creo que la narrativa chilena, al menos, es impostada. Hay algo falso en ella y no quiero decir con esto que haya que hacer Realismo. De hecho, no se me ocurre nada más falso que el Realismo, sólo creo que el tono de las narraciones, los giros lingüísticos y hasta los temas tienen algo de impostura. Hay algo amanerado –en el peor sentido de la palabra– en ellos, hay una torsión antinatural pero carente de interés, nada que ver con el Manierismo. De todos modos no conozco mucha literatura chilena de hoy. Eso si: está bien que la gente siga escribiendo, ni yo ni nadie puede tener derecho a ponerse tonto grave y decir “la literatura es sólo para autores superiores” o “la literatura es esto o aquello”. Creo, en todo caso, que sería interesante poner el ojo en el lector. ¿Qué pasa con el lector chileno? Es muy pobre ese lector, es cosa de mirar los rankings de libros más vendidos; no hay lógica ni racionalidad, tampoco una opción estética: se lee cualquier cosa y sin juicio alguno. En el fondo me da lo mismo que Marcela Serrano escriba, o Alberto Fuguet; no me interesa, yo no los leo porque los encuentro pésimos y con eso está bien para mí, pero si escriben o dejan de hacerlo me trae sin cuidado. No creo que la literatura sea una huevada sacrosanta, no llevaría esa bandera, eso me parece pedante y, la verdad, hay cosas mucho más importantes que la literatura en esta vida. De hecho, la literatura no es tan importante.
Mi próximo libro es sobre héroes, héroes que han perdido su heroicidad y tratan de reencontrarla. Pero también hay harto sobre esa promiscuidad literaria que me gusta mucho, ese descentramiento de la voz narrativa. También he estado tratando de escribir algo de teatro, pero es muy difícil, realmente muy difícil. Ahí estoy, peleando con cada página de cada cosa. Espero hacer algo más que un borrador. Gracias.