"LA POLÍTICA DE LA BEATITUD AUTORAL ME ASQUEA"
-Hola Benjamín. Me gustaría sostener por correo electrónico un diálogo diferido contigo a propósito del libro que publicaste recién, El Lobby del odio y otras obras.
He leído en algunas entrevistas en diarios que para ti el teatro es, más que nada, una actividad que se completa en la puesta en escena. A propósito de esta publicación y de las primeras líneas del prólogo de Agustín Letelier que se comentan acá en mi crítica de Sobrelibros.cl, ¿qué sentido y qué función tiene para ti publicar tus textos? Desde tu perspectiva, ¿cuál es la diferencia fundamental entre el resultado en la página y en la escena? ¿Cuál es el rol del dramaturgo en el teatro? ¿Y en la literatura?
-La verdad, Mónica, es que no sé cuando dije eso, porque siempre he sostenido todo lo contrario, que la actividad escritural dramática al menos en mi caso se agota en sí misma, como buen autor barroco yo dilapido todos los recursos estéticos y escriturales en el acto de la escritura, relleno de didascalias agobiantes para manejar desde mi escritura lo más posible las puestas en escena, y finalmente lo que termina siendo es más bien una sed insaciable de literatura más que de teatro. La verdad que las puestas en escena de mis obras funcionan al margen de mi obsesión escritural, la moral con la que me muevo es el único motor que motiva mi impaciencia escritural, y la representación es para mí nada más que un gesto de amabilidad que le brindo al desesperado director. Yo estoy cada día más interesado en ser publicado más que en ser montado.
No me opongo a que monten mis obras, pero sí estimulo a que las lean. Lo que yo hago es lo mismo que hacía a los cinco años de edad en Traiguén: tratar de impresionar a las mujeres; por lo tanto, literatura del deseo y también de la tiranía del padre o de la técnica.
-En El Lobby del odio y otras obras ha habido un pequeño desplazamiento de tus fuentes de inspiración. Si bien tu trabajo ha decantado en una intertextualidad literaria -con las tragedias griegas y la Torah-, ahora haces una reescritura de una novela. ¿Qué experiencia nueva ha producido en tu escritura esta apertura a otros géneros? ¿A qué acontecimiento de tu vida -literaria, teatrista, religiosa, psíquica, etcétera- se debe?
-Ha estado siempre subsumida en mi escritura mi sed patética de ser escritor universal, abarcador de las grandes temáticas de todos los tiempos, que se pueden ver de alguna manera en los clásicos. Yo siempre aspiré a ser un clásico instantáneo, o lo que podría ser una escritura kabalística, que encierra todos los significados posibles y ninguno al mismo tiempo, véase la trastocación de la literaridad, el libro en eterno movimiento en que las letras se desplazan y dan significados diferentes en cada lectura, no entonces el progreso lo que hace a una obra de arte perdurar, sino su propia inmutabilidad y capacidad de movimiento.
En ese sentido, mi posición física y psíquica para escribir ha sido siempre mística y en trance.
-Has construido parte de tu obra bajo las enseñanzas del pop, que da igual importancia a la construcción del autor como personaje y a la producción escrita propiamente tal, y que la complementa. ¿Cómo ves actualmente tu imagen en los medios periodísticos, el medio del teatro y el medio cultural en general? Haz una especie de radiografía del asunto. Y también comenta cuánto influye en tu escritura (elección de temas, elección de medios y estrategias) las respuestas que estos medios dan a tu imagen.
-Partiendo de la premisa de que yo como persona nunca me he tomado muy en serio, pero que sí he tomado en serio mi producción dramática, entonces el personaje pop como tú llamas, Galemiri en este caso, puede libremente moverse en el fértil campo de sus obsesiones y figuras arquetípicas que me place destruir y restaurar, frente a una audiencia no siento más que sobre todo compasión cómica y hablo de lo que quiero, pareciera que manejado por mi caverna cultural o moral, y cuando escribo el proceso es el del buscador del sonido del acero del que hablaban los Profetas de la Biblia, aquella voz acerada del único que se esparce sobre las conciencias y las perturba. Creo que el medio periodístico, que me divierte mucho y que no tomo muy en serio tampoco, me ve un poco como una especie de perturbador eterno, ególatra y perdidamente enamorado de mí mismo, lo que durante un tiempo les producía sobre todo a las periodistas éxtasis hasta sexuales, pero ahora siento que hay un poco de repulsa hacia esa imagen que ellas mismas inventaron con un poco de mi ayuda, es cierto, pero es que la verdad de lo que he dicho a los periodistas, ese fondo implacable y horroroso nunca ha sido publicado porque es la vertiente de la destrucción y del dolor y el inicio de la destrucción, destrucción de una moral, destrucción de un esquema de valores de izquierdas y de derechas que me repugna, destrucción de una pérdida de verdadero sentido del humor cataclístico con la fuerza letal de una bomba atómica. Mis enseñanzas o prédicas serie B han sido malinterpretadas por la burguesía momia de izquierda, y livianamente aprehendidas por la seudointelectualidad de derechas, si es que la hay.
Este es un país donde no tengo cabida, seguramente por mi origen judío, seguramente porque no consideran mis obras lo suficientemente chilenas, seguramente porque digo que quiero ser francés, cosa que a todos los argentinos, por ejemplo, les da risa y les encanta, porque huelen el dispositivo de humor que hay bajo esa provocación. Pero aquí todo es espectral, todo es estatuario, el teatro es un lugar sagrado que no se puede profanar, cuando justamente la escritura o el teatro o el arte son los únicos lugares donde aún podemos y debemos pecar.
Acepto encantado toda la prensa del mundo, y guardo recortes de mis entrevistas desde hace más de 30 años, soy un veterano en esto del éxtasis del éxito y del fracaso, pero siempre quiero más, más, es una gula exhibicionista sin límites, pero que esconde en el fondo una ausencia paterna que nada podrá mitigar.
Se podría decir que mi gula escritural y mi compulsión por la fama responden a una huérfana infame que tocó tolerar toda mi vida. A la prensa, a mis colegas del teatro les importa un carajo mi dolor, y sólo ven liviandad. Y aunque a veces escriba obras hermosas, que por algo han sido representadas en todos los países de Europa con mucho éxito, aquí hay una imagen más bien de un traiguenino concertacionista pero que se place en mofarse de todo el mundo, sobre todo de sí mismo, y eso es intolerable en esta sociedad.
La verdad es otra. La verdad está subsumida en mis obras, por cierto, es un Nagazaki que temo que algún día estalle en el rostro de todos los que me envidian y maltratan, pero como he formado a muchas autoras y autores, por respeto a esa joven generación no hablaré con el lenguaje de la furia que se esconde bajo ese Galemiri ingenioso, divertido, rápido, hiperproductivo; se han dicho muchas mentiras, desde que tengo un departamento en París y que llevo una vida de lujo como la de Vicente Huidobro, ojalá. La verdad es que soy un escritor muy solitario, pobre, un verdadero anacoreta. Veo a muy poca gente, en general no me gusta ver a la gente, repudio a la sociedad, me refugio en la escritura y en ciertos encuentros con amigas y amigos en Chile, y últimamente sobre todo en Europa.
-Haz una evaluación, un comentario o como prefieras llamarlo sobre el medio cultural chileno basado en tu intercambio con otros países.
-Estoy cansado de Chile, y Chile seguramente está cansado de mí. Es mutuo.
Creo que la película que nos estamos contando no la cree nadie, y se hacen esfuerzos sobrehumanos para darle sentido a este angustiante guión llamado Chile, y llamado Galemiri. Y a pesar de estar tapado de encargos no logro encontrar el verdadero placer que experimentaba hace diez años al interactuar con mis colegas, con el medio artístico. En ese sentido más bien veo un retroceso o un redescubrimiento en mi espiritualidad, en mi mística, en los escritos sagrados, en la filosofía, y me va interesando cada vez menos el arte chileno, incluso mi propio arte me parece no tener mucho sentido dentro de Chile, sólo adquiere sabor y fervor en Europa. Aquí la tiranía del relato, las dictaduras de los gustos, la política de la beatitud autoral me asquea, amo mucho mi país pero últimamente me emociona más hablar con mis taxistas amigos, con las dependientas de los restaurants o de las On the run de la Esso, veo mayor explosividad en sus lecturas de la vida que en mis colegas y en mí mismo, creo que estamos viviendo un inmenso hastiamiento del medio artístico, pero no queremos reconocerlo.
Es que son épocas de destrucción, cuando los mismos coágulos del poder no sólo políticos sino que también artísticos huelen a pus, entonces vienen la destrucción y se asoma la restauración. Cada vez viajo más, es casi una fuga, necesito estar fuera de Chile lo más posible, cuento los días para mi siguiente invitación y regreso con alegría por ver a mi gente querida de siempre, pero no experimento el vértigo cultural que tenía al inicio de la nueva democracia. Todo se ha esfumado en una especie de burocracia fáustica de la vacuidad, del vacío, de la reiteración, nadie se emociona por el trabajo de nadie, porque todo ha sido derrumbado por una producción política y artística decadente y sin ningún riesgo.
Prefiero hablar de filosofía, de matemáticas, de inteligencia artificial, de jardines, de cocina, ver DVDs de los grandes cineastas de todos los tiempos, estar sobre todo solo. Es el momento que más amo en el día, estar solo.
-Al parecer tus fuentes de inspiración siempre las buscas en objetos de otras culturas, ya sea películas, textos dramáticos o literarios. Me podría aventurar en afirmar que de Chile utilizas una idiosincrasia de transición muy definida en el tiempo -los noventa y principios del 2000- y en el espacio -los que hoy están en el poder y gobiernan un espectro de la vida cultural chilena desde los valores, el gusto, por nombrar algunos. Ahora te pido que mires a la tradición del teatro chileno y me cuentes qué vale la pena rescatar de ahí.
-Yo siempre he dicho que escribimos sobre los cadáveres de otros escritores. Todo lo que se produce actualmente fue juguete de otra época. No hay nada nuevo debajo del sol, ni lo habrá.
La escritura fragmentada, el hipotexto, la intertextualidad, la escritura de la transición, los géneros, la inteligencia artificial, todo estaba escrito ya en los libros sagrados, también en nuestros escritores de la colonia, y sobre todo en los maravillosos dramaturgos de los 40, 50, 60, poniendo en el primer plano a los que son para mí los genios de la escritura teatral chilena: Egon Wolf, el autor chileno más prestigioso en el mundo, y Jorge Díaz, un genio que se anticipó a todo, e hizo y seguirá haciendo todo antes que todos, el más joven de los escritores chilenos al que deberían darle el premio Cervantes.
Es verdad que la transición me obsesionó, porque vi allí las escrituras del poder en funcionamiento con toda su maliciosidad y fascinación, el erotismo, las mujeres que han sido fuente de inspiración permanente en mi escritura surgían con un poder irresistible, toda la pusilanimidad de los hombres, que también es material interesante. Había tantas cosas al inicio de los noventa, que valía la pena escribirlas.
Ahora es la agonía lo único que queda.
Sin embargo al vivir en París, Roma, Madrid o Berlín pareciera que todo se restituyera, y es como volver simplemente a Traiguén, mi pequeño pueblo de la infancia del sur de Chile, donde aprendí todo lo que soy, donde amé y temí a mi padre, donde me extasié por las mujeres, donde ascendí en el misticismo. Seguramente eso es lo que echo de menos, ese aroma embriagador de Traiguén que antes obtenía en Santiago, pero ahora todo se envileció. Por eso fugarme a Europa es mi nuevo Traiguén. Naturalmente es un nuevo espejismo, pero es nuevo para mí, ya que los europeos a su vez se autodegradan y quieren venir al farsesco continente latinoamericano. En estos momentos lo único que me anima a hablar bien de Latinoamérica es recordar por ejemplo que tuvimos un cineasta genial y prodigioso llamado Glauber Rocha. Si pudiéramos volver a trabajar en esa senda, quizá reconstruiríamos lo que alguna vez fue un paraíso.