EN COMPAÑÍA DE ACTORES, de Pablo Torche

ESCUCHAR A LOS ACTORES

 

en_compaa_de_actoresEn Compañía de Actores de Pablo Torche fue gestado, según dice la contratapa del libro, como un conjunto de relatos. Sin embargo, la conciencia que se expresa a través del monólogo que construye el libro es la misma relato tras relato, mostrando así una idéntica crítica o visión pesimista del Santiago de los noventa. Eso no da credibilidad a la tesis de que este no es un libro de cuentos, sino una novela, pero explica mejor el funcionamiento del conjunto de los capítulos.

            El desarrollo del monólogo en la obra artística tiene ciertas maneras de aparecer en el papel que inducen a su lectura acabada, ya sea en las novelas rememorantes (Proust) que suelen traer el pasado remoto al presente para dialogar y construir un camino hacia el lugar actual, ya un monólogo sobre la actualidad (como el que se encuentra en la película Naked de Mike Leigh). Resalta de inmediato que cada uno de estos monólogos, en su medida, exhibe lucidez con lo que propone; lucidez y originalidad o, para evitar usar una palabra tan discutible, personalidad, acentuando el modo en que el individuo o persona se vuelca en el papel. En buenas cuentas, el monólogo debiera iluminar a quien lo lee sobre puntos que el autor, el protagonista y el resto del mundo tengan en común.

            La novela Elizabeth Costello, de Coetzee, es una magistral muestra de cómo la voz personal puede acabar otorgando luz sobre algunas zonas incorrectas, desconocidas -o tal vez simplemente no expresadas anteriormente- del pensamiento. El efecto desorbitador o sobrecogedor de encontrarse frente a frente con la lucidez de una reflexión que se desarrolla en diálogo y oposición a todas las otras voces, y que se enfrenta al tema de su particularidad, es en cierta medida irrepetible por su carácter inabarcable.

Retomo la obra de Coetzee no para comentar sobre las maneras en que se relaciona la voz del autor con la de sus personajes, sino para enfatizar una característica de su novela: si bien está escrita por un hombre, ensaya hacer hablar a una voz femenina. ¿Será que la voz femenina tiene algo más que decir sobre el mundo? ¿En qué se han convertido las voces que son propiamente masculinas? ¿Por qué están cada vez más en retirada las voces potentes, claras y opinantes de los antiguos? Entonces pienso en Bolaño y en su metáfora de la impotencia sexual, presente en varias de sus novelas y cuentos. ¿Será que la voz masculina acostumbrada a poseer el mundo a través de la palabra se ha vuelto impotente? ¿Qué tipo de ejemplos crean estas nuevas voces, además de ensayar hablar como otro?

            Al parecer, Pablo Torche escribe retomando sin querer esta discusión, a través del monólogo de un protagonista de veinticinco años cuya voz escribe en un mundo sordo. No es casualidad que el libro empiece con una imagen del protagonista pisando caca de perro, pues su conciencia resulta un fiel representante del mundo que describe con asco. El narrador se encarga de transmitírnoslo: en este libro no hay otras posibilidades, sino una voz que se inmiscuye en todo y que sólo deja espacio para que su visión amarga tiña todo lo que existe. El monólogo nos pasea por distintos escenarios cotidianos, pero esos espacios le son incómodos, no en el sentido de la réplica lúcida de Elizabeth Costello, sino porque el cuerpo le queda grande; el protagonista es un inválido, pues la misma sordera -o ceguera – que alega para el resto del mundo se transmite en su discurso.

            Esta desconexión entre voz y cuerpo se vuelve el tema central del libro y lo cruza hasta el final. En compañía de actores, tal como su título revela, transmite la idea del desprecio por la existencia de las formas que se desarrollan en el escenario del mundo. Él, un actor más, describe su propia incapacidad de evitar la perpetuación del juego teatral y se refiere, además, a su invalidez para realizar lo que esa otra voz -la que no critica, la que desea, la ausente- le dicta; tampoco puede escuchar los ecos de los deseos ajenos. Aquí no hay un examen del mundo, sino del mismo hablante: un desnudamiento impropio, cercano a la escritura terapéutica o de una escritura que está en busca de su propia voz.

            Dentro de esta percepción retraída, indecisa, resentida y, en fin, engañosa, hay algo que lo salva: el único acto verdadero que se desprende de la historia que nos cuenta. En el penúltimo relato, llamado "La familia", el protagonista por fin escucha el deseo por una mujer y se deja llevar por él; si bien su propia impotencia frente al anhelo lo hace menospreciarla e injuriarla, por primera vez dice lo que su cuerpo le manda. Torpemente, este deseo primero emerge como desprecio, aunque luego logra hacer coincidir sus actos con su voz de una manera que no sabemos, pues en ese momento, cuando actúa, la voz falla: el lector no ve lo que sucede si no es vagamente, en imágenes entrecortadas y frases balbuceantes. Queda a la imaginación de cada uno qué fue lo que el protagonista hizo luego de que el deseo por el calzón violeta se desbordara.

            La ausencia de voces que hablen paralelamente sobre el mundo no es aquí una cuestión que interese al autor; tampoco lo es la descripción iluminadora del mundo que compartimos. El resultado es una escritura que habla en soledad, creando un personaje que molesta y, en buenas cuentas, cae mal (no estaría demás revisar cómo la historia literaria ha manejado a los narradores que no crean identificación). En este sentido, como lector uno se siente traicionado, o más bien traicionándose a sí mismo, porque sin quererlo ha participado en un acto de comunicación trunco, donde se nos obliga a la mudez mientras debemos ser parte de ese anhelo de quien nos habla: ser escuchado.

 

 


EN COMPAÑÍA DE ACTORES. Pablo Torche. Ediciones B. Santiago, 2004.