JORGE DÍAZ DICE MENTIRAS
Sin duda hay excepciones, pero por lo general
se podría afirmar que la experiencia lectora nos permite identificar
los géneros literarios canónicos según la manera en que las letras se
disponen en la página en blanco. Por ejemplo, nos es muy fácil hojear
un libro de versos para saber que se trata de poesía, párrafos en prosa
para identificar la narrativa, o prosa cruzada por citas en cursiva o
entre comillas para saber con antelación que nos enfrentamos a un
ensayo. El género dramático también tiene una forma específica: textos
en cursiva o entre paréntesis que indican la acción y que deben seguir
quienes actúan, además de ciertas palabras que siguen a un nombre que
indican lo que el personaje debe decir; se llega incluso a afirmar que
es el diálogo directo una de las formas propias del texto teatral. Por
eso puede extrañar que para el ruso Míjail Bajtín el único que ha
escrito obras teatrales dialógicas sea Shakespeare, y por eso también nos extraña que el título del texto dramático de Jorge Díaz El Quijote no existe esté seguido por un título entreparentizado que lo define como un “Espectáculo unipersonal original”.
Los hechos que vinieron a continuación de la escritura de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha
pueden rastrearse, tal como lo hizo Agustín Letelier en el somnoliento
prólogo de esta edición. Esos hechos sucedieron quién sabe cómo, y
reescribirlos es siempre escribir una mentira; pero si esta reescritura
está encabezada por un título sobredimensionado y pomposo como el que
sigue al título del texto de Jorge Díaz se trata de una mentira por
partida doble. Porque si definir El Quijote no existe como un espectáculo unipersonal es una mentira, subtitularlo como texto original lo es aún más.
Tal como Jorge Díaz afirma en el postscriptum de este libreto, la
interpretación que él hace de los hechos que rodearon la publicación y
la recepción de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha –y que se condensó en El Quijote no existe–
nace bajo estrictas condiciones de diálogo entre él mismo y el director
y actor teatral Pablo Krögh. A pesar de haber sido pensado como un
monólogo a interpretar por este último, su forma textual se transforma
en un diálogo de opuestos entre diferentes apreciaciones sobre el arte
de la escritura –desde el desprecio hasta el circo–, y sobre cómo las
distintas épocas van cambiando el tono de esta discusión. El resultado
entretiene, además de entregar una visión tragicómica del creador: en
buenas cuentas, en un Cervantes que emula a su personaje está el autor
luchando de manera quijotesca por el arte de la escritura.
“Esta obra contiene algunas ideas de Jorge Luis Borges e Ilan Stavans;
versos de Gabriel Celaya y Antonio Cisneros; fragmentos de El Quijote de la Mancha
y otras lecturas”; así reza una pequeña nota en una página aislada,
posterior al título y anterior al comienzo del texto teatral. Es, pues,
un texto construido a partir de una serie de interpretaciones sobre
Cervantes y su obra a través del tiempo: su soporte estructural es la
historia de la literatura, sus ladrillos, la cita. Este texto se revela
entonces como la búsqueda de una historia personal opuesta a esa otra,
la Historia de la Literatura, que tiende a encumbrar a ídolos
intocables. El proceso de El Quijote no existe se cierne sobre
este antecedente y lo trabaja irónicamente; su resultado es una
superposición entre las creencias y los hechos reales, entre la ficción
de Cervantes, su personaje ficcional y, llanamente, su vida.
Todos estos mecanismos aparecen ya en la obra de Cervantes,
específicamente en El Quijote, donde el autor somete a su personaje a
través de la burla y de cierta sádica complicidad con el lector. El Quijote no existe no es original, entonces, porque es una historia que aparece ya en El Quijote, en la Historia de la Literatura –qué no se ha dicho de El Quijote–
y en el acervo literario de los lectores. No necesariamente cuando se
afirma de alguien que dice mentiras se le quiere difamar; en este caso
resulta lo contrario: decir esto de la escritura de Jorge Díaz es un
reconocimiento a su trabajo, pues al escribir sus irónicas afirmaciones
entre paréntesis no hace más que buscar un cómplice para dialogar,
evidenciando que es él mismo quien se desdice de su originalidad y de
su intento de hacer un trabajo unipersonal.
EL QUIJOTE NO EXISTE. Jorge Díaz. RIL Editores. Santiago, 2006.