HOMBRE DE TRABAJO
Guillermo Saccomanno ha reconocido abiertamente que para escribir El oficinista se inspiró en autores tan fundamentales para la literatura occidental como Melville, Gogol, Dostoievski y Kafka. Su novela tiene antecedentes perfectamente reconocibles en la obra de aquellos autores, y narraciones como El doble o Bartleby son su correlato más evidente. Como alguna vez lo hicieron sus predecesores, construye una suerte de novela de personaje y centra su narración en un ser totalmente anónimo y, por lo mismo, representante fiel de nuestros tiempos: un oficinista. A partir de la temática bartlebiana crea un relato de impronta apocalíptica y cienciaficcional. La novela ocurre en un escenario urbano sombrío y apocalíptico que exuda sordidez, y que podría ser cualquier gran metrópolis mundial. Sus habitantes conviven a diario con el agobio y la angustia que devienen del asedio y del estado de alerta permanente. Este oscuro contexto permite el libre curso del sinsentido: en su día a día hay atentados terroristas, asesinatos a mansalva perpetrados por niños, animales clonados y helicópteros vigilando permanentemente a los ciudadanos.
Del protagonista jamás nombrado sabemos que trabaja en una oficina y que tiene una inquietante propensión a la paranoia y la fantasía. Es acomplejado en extremo, lo cual se manifiesta en los denodados esfuerzos que hace por disimular su cojera y por ocultar un gastado abrigo azul del que se avergüenza profundamente. Siempre con el dinero justo, está obligado a trabajar y hacer horas extras para mantener a su familia. La larga jornada laboral le permite, además, retrasar la llegada al hogar para evitar así el encuentro con su despótica y abusiva mujer y con sus hambrientos y obesos hijos. Los lúgubres días de este sujeto cambian cuando una noche cualquiera se cruza en su panorama la secretaria de la oficina. Surge entre ambos un romance. Él pondrá toda su ilusión en este amor, donde ve la oportunidad que tanto había anhelado de llevar una vida mejor y de ser otro, alguien mejor. Sin embargo, la imposibilidad de concretar su deseo lo hace descubrirse a sí mismo en su real dimensión. Pese a la resistencia que opone, ya no es capaz de distinguir entre la realidad y su fantasía: «La imaginación otra vez se le ha vuelto en contra. La imaginación desenfrenada, reflexiona, es la enfermedad de quienes pasan demasiado tiempo encerrados».
Se plantea en El oficinista que la posibilidad de ser otro está ahí siempre, para cualquiera. Lo que condena al personaje protagónico es que confía totalmente a ese otro su chance de ser feliz, sin darse el trabajo de conciliar pacíficamente la dualidad que lo embarga. Aunque permite que el otro domine su vida, tampoco así logra la felicidad, y la situación se transforma en un martirio con el que debe lidiar cada jornada. El otro se convierte en su enemigo, pero al mismo tiempo no puede sino acatar lo que el otro le manda hacer. En estas páginas se hacen inevitables los planteamientos sobre la precariedad de la condición humana. Necesariamente, considerando el pesimista panorama planteado en la novela, se trata de reflexiones ácidas y profundamente mordaces por parte del narrador. Aquí hay una manera contundente, quizá verídica, de mostrar cómo la vida puede ser un infierno, sobre todo en el espacio de las cuatro paredes de una oficina, que si no es ya el averno por lo menos puede ser su sala de espera.
Este personaje gris, soberbiamente construido, logra que esta novela obtenga justamente un lugar en la tradición del sinsentido y el absurdo. Los párrafos de El oficinista subyugan y obligan a leer sin pausa hasta el final. Los clásicos modernos ya citados son su fuente, pero su aporte renovador es contundente e incuestionable. Además, y como solo pueden hacerlo los grandes libros, permite el deleite de la sorpresa e incita al cuestionamiento necesario: al recrear el paradigma del Don Nadie, Saccomanno alude a una enorme cantidad de personas del mundo actual. Su protagonista es el everyman que encarna la tragedia de la vida contemporánea; un perfecto antihéroe sin escapatoria ni posibilidad de elegir que, para colmo de males, vive en una ciudad-monstruo que no titubea en devorar a quien agarre desprevenido. Sus divagaciones y preocupaciones se hacen también asunto nuestro.
El oficinista. Guillermo Saccomanno. Editorial Seix Barral. Buenos Aires, 2010.