TODO CAMBIA PARA QUE NADA CAMBIE
Las publicaciones de textos dramáticos traen un problema al estudio del teatro, puesto que acabar un texto sobre un papel abre las posibilidades de recepción que antes estuvieron siempre sujetas a otra de corte productivo. Es decir que el acceso de una audiencia masiva al trabajo textual estaba mediado por el de un equipo creativo que lee, interpreta y recrea lo que allí se leyó bajo condiciones muy diferentes de las que vieron nacer el texto dramático. Por el contrario, cuando un texto dramático se publica en un libro, declara una cuestión muy diferente: el texto dramático deja de pertenecer exclusivamente al campo del teatro y en cambio se erige como un trabajo autónomo con leyes de lectura propias, que pertenecen a otros campos de la cultura, más propiamente literarios; de este modo, el texto dramático no se separa mucho de lo que el teatro -la puesta en escena- puede hacer con una novela, por ejemplo, al adaptarla.
Tal vez sea algo así lo que Agustín Letelier en el prólogo a El lobby del odio y otras obras quiere expresar al manifestar su experiencia de lectura de los textos dramáticos de Benjamín Galemiri: "la publicación de tres nuevas obras […] nos permitirá acercarnos a ellas en forma directa y adecuada". Según este prólogo, leyendo sería la manera de captar la aparición de la "especie de lente que actúa como filtro", según las palabras temerosas que usa Letelier para calificar el estilo bravucón de la lengua de Galemiri.
La ruptura del silencio en la escritura de Galemiri siempre empieza con una impostación, como si el blanco de la página fuera el escenario donde el autor debe aparecer enmascarándose. A pesar del entusiasmo que produce en algunos esta voz que domina el comienzo de su discurso -la seducción que produce, se podría especular, surge del poderío que tiene la voz autorial sobre su discurso-, surge la pregunta de si el texto permitirá a esta impostación mostrar toda su vulnerabilidad. Pues no sólo este disfraz pertenece a las didascalias, sino que también se rebalsa hasta los personajes que, finalmente, funcionan bajo esa misma lógica. ¿Será capaz el texto de quebrar la máscara de los personajes, o continuarán ad aeternum fingiendo? ¿Vale la pena que se muestren las debilidades de ellos o la estrategia es forjar máscaras imposibles de sacar? ¿Son los personajes sus máscaras o existe algo más para que desentrañemos? Más allá de lo que busca el texto, el lector demanda en este tipo de obras -que se podrían calificar de psicológicas- ciertas revelaciones hondas sobre la condición humana. Puede sonar cliché, pero qué más cliché en estos tiempos que escribir obras psicológicas.
El lobby del odio presenta a una pareja en una relación ensuciada por muchos años de matrimonio, engaños y competencia profesional. El eco de los tópicos presentes en Ese discreto ego culpable está cruzado por una fantasía sadomasoquista donde la tortura científica y las más oníricas imágenes del cyborg -donde el hombre se convierte en la máquina- se tiñen del deseo de venganza. Un lenguaje de sentidos múltiples se teje en torno a la idea de la divagación de la memoria, que al desarrollarse vuelve sobre los mismos temas que se conocen en el repertorio de Galemiri: el deseo, el engaño, el arrepentimiento, la tragedia y, a veces, la crítica descafeinada al sistema valórico de la transición chilena, que pretende dar el toque de comedia.
Los dos otros textos de este libro vuelven sobre lo mismo, pero buscan su sustento intertextual en dos relatos diferentes: Mil años de perdón lo hace sobre la Torá judía y El neo-proceso lo hace, como es de esperar, sobre la novela de Kafka. A pesar que hay referencias casi enfermizas al cine en los tres textos, es en este último donde se lleva al extremo la mezcla de la obra de Kafka con la interpretación que hizo Orson Welles con su película homónima. Esta cadena de textos da paso a una libre interpretación de los motivos presentes en la novela El proceso; es la atmósfera neoliberal a la que ya estamos acostumbrados leer en el trabajo de Galemiri, pero relatada en primera persona por el narrador kafkiano y las imágenes cinematográficas tan ligadas al deseo. Hay una interesante mezcla de formatos de la narrativa, la dramaturgia y el cine, que llama la atención en un escritor que siempre se definió por su adherencia al teatro.
En retrospectiva con sus textos dramáticos, la escritura de Galemiri ha sufrido un cambio apenas perceptible. Si bien continúan las relecturas de la literatura, ahora se ha apartado de las tragedias canónicas. Los registros de lenguaje tienden a ser más equívocos, de sentidos diversos -incluyendo ese atributo que normalmente se entiende por poético-; la edición de este libro ha querido destacar esta poeticidad al respetar saltos de verso incluso en algunos lugares donde no parece necesario. A pesar de estos cambios menores, progresivos, aún podemos ver al autor que no sólo se arma un personaje dentro de la obra, sino también fuera de ella, en el espacio público: no lo puede evitar, Galemiri siempre viene con una ficha técnica -de estilos, temas y motivos- adosada a su lengua y no puede (o no quiere, démosle esa posibilidad) salirse de ese repertorio.
* Esta nota se publica también en el número 4 de revista Ciertopez.
EL LOBBY DEL ODIO.
Benjamín Galemiri. Editorial Catalonia. Santiago, 2006.