EL REPUDIO PERPETUO EN UN SEGUNDO
Había libros que circulaban de mano en mano entre estudiantes universitarios santiaguinos allá a principios de los años ochenta, cuando la precaria anécdota confiere a la tinta desvaída y el papel barato de la fotocopia un aura de dignidad por completo lejana a nuestros días. Se hablaba, en particular, de una novela prestigiada por premios mexicanos y colombianos -cuyos jurados eran los entonces respetables autores del Boom de literatura latinoamericana-, y que consecuentemente tenía prohibida su publicación y circulación en Chile por parte de esa instancia difusa que la gente de esa época llama "la censura de Pinochet", sin que nadie se atreva o se tome la molestia de contarnos si aquella era una institución del Estado o si sólo se trataba del resultado de indiscretos almuerzos entre militares, políticos y literatos -y menos pronunciar el nombre de sus ilustres participantes. Ya en 1986, cuando se levantó tal censura, El Informe Mancini -que así se llama la historiada novela- pudo ser publicada acá, con la totalidad de sus páginas y su título completo: "El Informe Mancini (aproximaciones a una guerra civil en Chile)".
A diferencia de las precarias anécdotas que se cuentan sobre los aparatos represores de sorprendente capacidad interpretativa que desarrollaron Stalin, Hitler, McCarthy y Fidel, la llamada "censura de Pinochet" era en extremo literal. No puedo explicarme de otro modo la afirmación de que Eltit, Donoso, Lihn, Parra, Teillier y Zurita hayan publicado efectivamente sus obras durante la dictadura, mientras que esta novela de Francisco Simón Rivas fue prohibida; sus veinticinco capítulos o aproximaciones fragmentarias a las investigaciones del personaje Jesús Mancini sobre un proyecto militarista latinoamericano llamado Cubresuelo, alternadas con breves narraciones de otros personajes -uniformados que se matan en helicópteros o que se salvan gracias a un exacerbado sentido del olfato, líderes sindicales que amenazan con hacer estallar minas pero que se suben ingenuamente a los mismos helicópteros del gobierno-, y con la asombrosa transformación de Jacinto González desde un vendedor viajante hasta el súper guerrillero que pudo lograr que se desatara la guerra civil de los habitantes de Chile contra el gobierno de Pinochet.
Nadie puede sorprenderse de que un régimen militar tome al pie de la letra una novela, de que en la cabeza del funcionario de turno se produzca la confusión epistemológica cuando lee cierto libro que se autodenomina un informe, que utiliza adecuadamente el registro burocrático, cuando reproduce grabaciones a pie de página con verosimilitud, hace correctas cronologías y menciona como el problema principal un proyecto llamado Cubresuelo, tan parecido a aquel Plan Cóndor que involucraba a los generales de varios países latinoamericanos. La censura es el mayor premio artístico al que una novela política puede aspirar: el hecho de que nuestro funcionario de turno estire la mano para estampar el timbre de rechazos, asustado cuando lee que el norte del país declaró un gobierno civil paralelo que -apoyado por parte del ejército, las fuerzas navales, los sindicatos, los partidos políticos en la clandestinidad y la iglesia católica- termina logrando que el General escape al exilio; la novela logra por un momento traspasar los límites de la ficción y amenazar la estructura política que reproduce.
El Informe Mancini fue reeditado recién el año 2003 y recibido con un mutis más amplio aún que el vacío usual que responde a las novelas chilenas recientes: con unas pocas críticas de medios que se dedican a exaltar su lucha contra la tiranía, por supuesto sin entrevistas en la Revista de Libros de El Mercurio, ni en las Tertulias de Tobacco and Friends, ni en el programa de radio Vuelan las Plumas ni en el programa de televisión La Belleza del Pensar. Porque, ¿qué le preguntaríamos aparte de Pinochet?, se habrán preguntado los periodistas. La resaca editorial de los años noventa, con la entrada de los súper ventas y la globalización de autores cuyas obras antaño eran afines a la de Francisco Simón Rivas -como por ejemplo, Jaime Collyer con El Infiltrado- significó la persistencia y la generalización de la lectura literal de "la censura de Pinochet" a todas las novelas chilenas aparentemente políticas de los ochenta. Incluso los investigadores académicos -que se precian de vivir en las bibliotecas, en la distancia histórica y en el placer del texto- no intentaron un trabajo mayor que considerar aquellas novelas sino como el inventario de la resistencia. El mismo Rivas contribuye a esa miopía, cuando le comenta al profesor norteamericano Lazzara, en su libro de entrevistas: "Es imposible desvincular la ficción […] de la realidad en la cual se desarrolla o en la cual ella es creada".
Y sin embargo, El Informe Mancini es una novela. Una novela contemporánea, escrita fragmentariamente, de múltiples ambigüedades, de parodias y citas al pop y a la tradición literaria: el protagonista Jesús Mancini es un verdadero espía chileno, con un guiño a Graham Greene y a Ian Fleming, pero despojado del discurso de obsesión por la identidad que sí poseen Heredia y Cayetano Brulé, mejor construido en sus omisiones, su torpeza, su melancolía y su tosquedad; el viaje de Jacinto González al barrio alto de Santiago es descrito según los paradigmas del non-sense de Lewis Carroll y Edward Lear. Pero principalmente reluce la belleza de la tragedia en el encuentro de los niños scout, asustados por las formas de la noche, con el General, que está apoyado en su Alfa Romeo, nervioso, mientras fuma un cigarrillo y observa el mar. Más adelante en su entrevista con Lazzara, Francisco Simón Rivas declara que practica el wishful thinking, y que "la pregunta era cómo ir transformando la ficción en realidad, […] cómo fundirme en esta ficción que en realidad estaba lejos de materializarse". Cuando en El Informe Mancini un niño extraviado levanta su linterna y el dictador desenfunda su revólver en respuesta, colisionan las formas extremas de la fragilidad y el poder, como una aguja en una cima nevada de una montaña, así de absurdo, así de doloroso. Pienso en el cuento El milagro secreto, de Borges, donde el escritor judío Jaromir Hladík, condenado por los nazis al fusilamiento, un segundo antes de los disparos le pide a Dios que le conceda un año en su mente para terminar la obra en cuya escena final se resuelve el sentido de su existencia. Para los fusileros es un segundo; para Hladík es un año, pero sobre todo es la reescritura, la reorganización de su vida por medio de los versos que memoriza en su cabeza. Analógicamente, en el capítulo de El Informe Mancini donde el General le dispara al niño Jacinto-Jacinto vemos reconstituido una vez y para siempre el horror que una persona le puede infligir a otra -a muchas otras y a sus niños y a los niños de sus niños- en nombre de convenciones sociales, de intereses económicos y en nombre de la desidia. El repudio perpetuo a ese horror es la gracia que Dios le concede por un segundo a la lectura de esta novela.
EL INFORME MANCINI. Francisco Simón Rivas. Al Margen Editores. Santiago, 2003.
LOS AÑOS DE SILENCIO. Conversaciones con narradores chilenos que escribieron bajo dictadura. Michael Lazzara. Editorial Cuarto Propio. Santiago, 2002.