EL HABITANTE DEL CIELO, de Jaime Collyer

HUNGRÍA CHILENA

 

El habitante del cielo, la novela nueva de Jaime Collyer, reclama que se la llame obra extraordinaria. Pero atención, que la urgencia de esta definición puede hacerla parecer una interjección elogiosa, un saludo a una opera magna que no es. Sólo pretendo realizar una constatación: esta novela viene a escaparse de la ordinaria expectativa de leer La Novela Chilena. Estamos ante la historia de György Nagy, precursor húngaro de la aeronáutica del siglo diecinueve, contada íntima y alegremente por su ayudante Marcos. No se lee en ninguna parte la palabra Chile. No cae el peso de la noche sobre los personajes. No hay desapariciones, ni tupidos velos, ni se cierne el espíritu de temor sobre el último confín de la civilización. En cambio, la historia transcurre en una aldea anterior a la modernidad, cuyo esquema social se reduce a un alcalde que posee un ayudante malintencionado, a un farmacéutico culto, a un loco del pueblo, a un cura bonachón, una banda de música local, muchos animales, niños, una plaza principal y un fondo bucólico.

El que quiera puede ver, en el pueblo magiar de Salvi, el Chile de la provincia, anterior a toda urbe y economía de mercado. A partir de ello, es posible proceder a la lectura ordinaria de la novela chilena, y así desmentir que El habitante del cielo sea tan inusitada. La alegoría de la nación, con todo, no es fácil. Se trata de una novela chilena que no lo parece, y eso la vuelve muy atractiva. Collyer, experimentado en manifiestos de la generación del ochenta, artículos de impugnación de comentarios literarios adversos, seminarios sobre nueva narrativa chilena y otras actividades de resguardo, está consciente de aquello que la especialización literaria llama horizonte de recepción, sólo para burlarlo.

Por un momento, nuestra literatura quiere olvidarse de la existencia de la historia -de su gravedad-, para buscar efectos más gozosos. Mediante una forma literaria similar, Collyer da un paso más acá de la novela de tesis que ha sobreabundado en los últimos años: en el universo de recreaciones de la Quintrala, de Portales, de Toesca o de Rodrigo Florio, cabe, astutamente, la apócrifa biografía de György Nagy.

El Habitante del cielo es una de las primeras novelas chilenas -con la excepción descomunal de la obra de Roberto Bolaño- que se acerca a Borges y se aleja de Balzac para abordar la misma obsesión identitaria de siempre. Se trata de producir, con mayor eficacia, un efecto de contraste; una manera de nombrar la bipolaridad nacional. Primero, el narrador de la historia de György Nagy reproduce un estado de felicidad cercano a la ignorancia de la niñez, el jolgorio con que los espectadores de la matiné presenciaban las imágenes en sepia y cámara lenta de los choques contra el granero de los primeros hombres que intentaron volar, con sus ridículos aparatos, antiparras y todo. Pero después, en el epílogo, aborda con crudeza el horror de la Primera Guerra, vísceras, gritos, explosiones, muerte de por medio. La dolorosa antítesis no es sólo patrimonio centroeuropeo ni chileno.

 

 


EL HABITANTE DEL CIELO. Jaime Collyer. Editorial Seix Barral. Barcelona, 2002.