Con el buñuelesco título de El discreto encanto de la subversión, el profesor de la Universidad de Missouri Alberto Villamandos (San Sebastián, 1978) presenta un estudio sobre «ese grupo de intelectuales, creadores y profesionales de la burguesía ilustrada y liberal» surgido a finales de la década de los años sesenta en la ciudad de Barcelona y conocido como la gauche divine (la izquierda divina). La intención de Villamandos es contextualizar este grupo en su entorno histórico, político y económico desde la horizontalidad poliédrica de los estudios culturales, tratando de que entendamos cómo «la gauche divine materializa un importante cambio en el papel del intelectual disidente en la sociedad occidental» por medio de la asimilación –o el intento de asimilarse– a democracias más o menos abiertas –como Estados Unidos, Francia o Italia– en un momento en que España vivía bajo la tiranía del general Francisco Franco, cuyo sometimiento produjo –por la ausencia de libertades cívicas– una enorme pobreza cultural bajo el yugo opresor de la beata moral tradicional. En un entorno en que sólo cabía el discurso oficial o la disidencia de las minorías del PCE (Partido Comunista Español), la gauche divine optó por albergar una visión cosmopolita y lúdica, circunscrita a los escenarios de la Barcelona pop y la Costa Brava –lugar de moda en aquel entonces–, en una apuesta por cierta autorreferencialidad con que el intelectual hacía de sí mismo espectáculo y espectador. La gauche divine se convirtió así en «un producto simbólico consumible cargado de connotaciones de clase y cosmopolitismo», con un fuerte interés en la cultura visual que pretendía desestabilizar el canon –siguiendo los postulados de Susan Sontag– a través de un énfasis en «lo artificioso, lo sentimental y lo excesivo». Tal elitismo (de)marca su carácter de grupo exclusivo y cerrado, y será lo que, al fin, impida que este movimiento pueda ser más que una «revolución limitada a las costumbres»; costumbres, claro está, privativas de clase. De todas formas no hay que olvidar que se trata de «un proyecto de modernidad europea en un momento en que [eso] resultaba prácticamente utópico». Villamandos entonces propone «leer la gauche divine y su producción cultural como icono de la disidencia frente a cualquier ortodoxia, transformando a su paso los espacios urbanos en escenarios de subversión contenida», para lo cual aborda especialmente poesía, narrativa, cine y cómic, aunque tomando en cuenta –pero no analizando en profundidad– otras manifestaciones como la arquitectura, el diseño y la publicidad.
La gauche divine es un movimiento que participa de la tendencia occidental que explota en el mayo francés del 68, y al mismo tiempo puso en crisis el modelo de intelectual comprometido al dar prevalencia a la imagen, gracias al fotoperiodismo, la televisión y la publicidad. El apelativo es acuñado en octubre de 1967 por Joan de Sagarra, en una de sus columnas –llamadas rumbas– en el diario vespertino Tele-eXprés. Ahí el crítico se ocupaba de describir una presentación de la editorial Tusquets en la sala Price –un antiguo ring de boxeo– donde había asistido la intelligentsia progresista castellanoparlante de la ciudad, a la cual Sagarra –relata Villamandos–, «para evitar la enumeración ya conocida por los lectores, denominó irónicamente la gauche divine». Uno de los momentos clave para la formación del grupo fue la apertura de la sala de fiestas Bocaccio el 13 de febrero de 1967, en el 505 de la calle Muntaner; se trataba de una boîte moderna con solícitos camareros de pajarita, que buscaba un revival pastiche –es decir, historicista– del «modernismo catalán de maderas oscuras y terciopelos». El Bocaccio pronto «se convirtió en centro de encuentro y debate intelectual y mundano de la gauche divine y de quienes la observaban desde lejos entre la admiración y la curiosidad», donde la gauche divine reivindicaba «su genealogía prestigiosa y el privilegio de clase». Sin embargo, dos actos de signo político marcarían la apertura y el cierre del movimiento. Entre el 9 y el 11 de marzo de 1966, alrededor de quinientos estudiantes, profesores e intelectuales catalanes se encerraron en el convento de los capuchinos de Sarriá en Barcelona para fundar el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona, reivindicación que por supuesto era ilegal. Este acto fue conocido como la caputxinada y tuvo consecuencias de resonancia internacional cuando el régimen actuó con contundencia: profesores expulsados de la universidad, multas obscenamente cuantiosas para los implicados y las consabidas setentaidós horas de encierro en el siniestro calabozo de la comisaría de Vía Laietana. Un segundo encierro marcaría la defunción de la gauche divine. En diciembre de 1970 se celebró un juicio conocido como el proceso de Burgos, que concluyó con seis condenas a muerte de militantes del grupo terrorista vasco ETA; como rechazo a este tribunal militar, casi trescientos escritores, profesionales e intelectuales se tomaron la abadía de Montserrat durante el 12 y el 14 de diciembre de 1970. A los condenados se les conmutó finalmente la pena, a los encerrados se les requisaron los pasaportes y se les aplicó fuertes multas. Estos hechos marcan el comienzo del tardofranquismo, que recrudece la represión mientras los miembros de esta izquierda divina viran hacia el escepticismo o abandonan del escenario político. El 3 de diciembre de 1971 la fotógrafa Colita inaugura la exposición «La gauche qui rit», con fotografías de miembros del grupo. El régimen clausura la muestra al día siguiente, lo cual marca el cierre definitivo del movimiento; «su canto de cisne», en palabras de Villamandos. El año 2000, Mariano Rajoy –hoy Presidente de España, por entonces Ministro de Cultura– inaugura la reposición de esta muestra, y a las instantáneas de Colita se le agregan otras de Xavier Miserachs y de Oriol Maspons.
Como expone el ensayo de Villamandos, la enumeración exhaustiva de los miembros de la izquierda divina es un trabajo difícil, dada la naturaleza cambiante y efímera del grupo; sin embargo, es un rasgo común y significativo que la mayoría de sus miembros procediesen de la burguesía industrial barcelonesa. De la misma manera que sus padres se encargaron de la construcción simbólica y material de Barcelona como urbe moderna con l’Eixample, los divinos quisieron dejar su impronta en la calle Tuset, rebautizada como Tuset Street. Ahí, entre la Diagonal y Travessera de Gràcia, buscaron reescribir la ciudad en base a un proyecto y espacio social que uniese lo comercial, lo espectacular y lo simbólico, en referencia a las tiendas de moda, el colorido y la estética de la londinense Carnaby Street. Tal espacio del deseo (aspiracional) fue publicitado en el cine con la película Tuset Street, protagonizada por Sara Montiel y Patrick Bauchau, y en la prensa escrita, con las crónicas de Joan de Sagarra y Ana María Moix para Tele-eXprés, y las de Enrique Vila-Matas para Fotogramas y la revista Bocaccio 70 de la citada discoteca, dirigida por Juan Marsé. Según Villamandos, Tuset Street «unía la modernidad del diseño y las nuevas costumbres de ocio y sociabilidad con lo empresarial y los negocios, dirigiéndose a un cliente muy específico». Como refugio lejos de la ciudad quedó instituido preferentemente el centro veraniego de Cadaqués, espacio autónomo donde el orden moral conservador quedaba en suspenso. Tuset Street y Cadaqués eran escenarios para las acciones que Pierre Bordieu describe en torno a sus ideas de estilo y gusto, ideas que los divinos consideran «la afirmación práctica de una diferencia inevitable de clase».
Para Villamandos, no obstante, uno de los proyectos más significativos y de mayor impronta de este movimiento fue su poesía, que apareció por primera vez en la antología de José María Castellet Nueve novísimos poetas españoles (1970). Ese libro publicado por Carlos Barral incluía a Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Valverde, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero, quienes compartían rasgos comunes que los alejaban de la generación marxista anterior: el interés en los nuevos medios de comunicación, el uso de la ironía y el cosmopolitismo. Ante la crisis de la poética del realismo social, el antologador Castellet tomó el nombre de la muestra del Gruppo 63 de Milán, vinculados también por la sociedad editorial de Barral. La estética novísima se ha vuelto un paradigma de la tradicional ruptura entre alta cultura y cultural popular, con su predilección por lo visual, el teatro y una orientación culturalista que queda al borde del vacío semántico. Respecto a la narrativa novísima, Villamandos aborda la hoy por hoy casi olvidada primera novela de Terenci Moix, Onades en una roca deserta (1969); escrita en catalán, de discurso epistolar y con interlocutor anónimo, se trata de una Bildungsroman con protagonista de reminiscencias románticas, un dandy amoral que reniega de la burguesía en que se ha formado por medio de un escape a otros destinos de Europa. Es una de las primeras road novel de la literatura española y, en opinión de Villamandos, «un involuntario relato turístico de filiación stendhaliana». La novela y la poesía de los novísimos participarían del canibalismo estético que propone Jo Labanyi, en el cual la cultura de masas produce objetos de coleccionista y el culturalismo se agota a sí mismo con su circularidad imitativa. Un ejemplo reciente de esta literatura novísima sería la obra de Félix de Azúa, en particular su novela Momentos decisivos (2000), Künstlerroman –relato de formación del joven creador– y al mismo tiempo eco de Retrato del artista adolescente de Joyce para la cual, afirma Villamandos, «el modelo romántico no deja de ser una puesta en escena, una careta de supervivencia». Como contrapuntos, el ensayista propone otros dos puntos críticos de la narrativa de la gauche divine: las novelas de Juan Marsé y las de Vázquez Montalbán, en particular Últimas tardes con Teresa (1966) y Los alegres muchachos de Atzavara (1987), que aborda la relación entre el intelectual burgués progresista y el inmigrante que va del sur de España a Catalunya. La tesis de Villamandos es que la tensión que inevitablemente se produce entre ambos sujetos pone finalmente a prueba los límites de los ideales revolucionarios de la gauche divine, lo que pone en evidencia cómo el intelectual de izquierda acaba regresando al feudo impermutable de su clase social. El término charnego se ha utilizado en Cataluña para designar al inmigrante, preferentemente del sur de España, que no se ha adaptado lingüísticamente y que por lo tanto no está integrado en la cultura catalana. Villamandos traza aquí paralelismos entre cierta narrativa barcelonesa intelectual que utiliza el personaje marginal del charnego y cierta literatura indigenista latinoamericana donde el narrador de clase media-alta urbana se esconde en la voz del indígena; en ambas el inmigrante entra en el sistema simbólico de la literatura aunque su cuerpo se convierte en un texto «sobre el que se inscribe el poder». El personaje del charnego así «se racializa en el texto literario y se convierte en un cuerpo oscuro», marcado por el trabajo, la animalidad, lo primitivo e irracional, portador de una sensualidad prohibida: el imaginario erótico opuesto al de una reprimida Cataluña. Tanto en Últimas tardes con Teresa como en Los alegres muchachos el charnego alude a la figura del buen salvaje, ingenuo e inocente donde el burgués ve una suerte de nostalgie de la boue (nostalgia de arrabal), «producto del aburrimiento de su ordenada vida burguesa». En su magnífico análisis, Villamandos expone cómo en la novela de Marsé –en sus formas neopicarescas y su tono desencantado– y en la de Vázquez Montalbán –en su polifonía nostálgica y su carnavalesca decadente– la intelligentsia barcelonesa no es capaz de «asumir sus principios progresistas», de manera que el charnego queda confinado a una distancia inherente al sistema social conservador imperante, del que ni unos ni otros consiguen escapar.
En contraste con la literatura de la izquierda divina, Villamandos aborda el cómic disidente de Enric Sió, autor injustamente olvidado en la actualidad que vivió su momento de gloria durante los setenta y que a partir de la década siguiente optó por el silencio creativo, con la breve excepción de su revista La oca en 1984. El ensayo se centra en Mara, su obra más ambiciosa y personal, de estética experimental y vanguardista, que en opinión de Villamandos «revela las contradicciones ideológicas de un tardofranquismo esquizofrénico dividido entre el proyecto de modernidad económica y la parálisis institucional». En el preciso momento en que la gauche divine decide retirarse a sus cuarteles de invierno, Sió ofrece un retrato despiadado de su entorno social, especialmente de sus traiciones y renuncias. La posición marginal de su voluntario exilio en Milán y París hace que su obra sea un complemento privilegiado –y permite realizar una crítica juiciosa– a las novelas de Marsé y Vázquez Montalbán sobre los límites de la intelectualidad catalana de esos años. Con Villamandos, podríamos señalar que los integrantes de la gauche divine cumplieron con mostrar ese límite, en el cual descubrieron «escritores hoy clásicos, formaron nuevos lectores más exigentes, transformaron la narrativa y la poesía, renovaron el diseño y la arquitectura del país, dieron al foto-reportaje un estatus de obra artística, teorizaron extensamente sobre la cultura contemporánea y produjeron enigmáticas películas de vanguardia y de horror de serie Z». Su herencia más valiosa y duradera, más allá de sus representaciones espectaculares, sus proposiciones hedonistas y lúdicas, sus vagas revoluciones idealizadas y sus atentados simbólicos –los exitosos tanto como los fallidos–, ha sido la de sus editores –Herralde, de Moura, Tusquets, Barral, entre otros–, quienes con sus catálogos han creado un «tipo de lector modelo, cosmopolita, crítico y de carácter global, pues ha saltado fronteras para calar profundamente en Latinoamérica», en palabras del ensayista. No es una revelación baladí: fíjense que esta crítica se escribe en Barcelona, se publica en Chile y se lee desde múltiples puntos remotos de Latinoamérica, la Península Ibérica y los Estados Unidos. Decía José María Carandell sobre la gauche divine que no buscaba tanto decir no al franquismo como decir sí a la vida. Sirva pues tal afirmación jubilosa como legado y viva de honra a su memoria.
El discreto encanto de la subversión. Una crítica cultural de la gauche divine. Alberto Villamandos. Editorial Laetoli. Pamplona, 2011.