EL DÍA DE LOS MUERTOS, de Sergio Missana

CUANDO LA MUERTE ES UNA NIÑA

 

¿Qué le pasa a uno después de la muerte? Es un niño el que está detrás de esa pregunta, cuántas veces. También el lector que llega a la última frase de esta novela de Sergio Missana y por fin entiende que entre los dos largos relatos anteriores hay un pestañeo de sentido que es la paradoja del título, como si hubiera estado leyendo dormido cuando era pleno día y despertara de noche, al cerrar el libro.

        Ese pestañeo quizá supera la imaginación de la muerte que propuso Borges –con Kafka, Bloy, Swedenborg y Alfonso Reyes, quiero decir, pero sin ellos, sin nadie, cansado de leer y de su propio cuerpo feo–, la más reciente certeza teológica, la más fértil proposición literaria y fuente inagotable de toda nuestra narrativa: que el tiempo de cada persona es singular y distinto al tiempo histórico, que esa diferencia es tan abismante que es imposible verla, sin embargo quien no la ve es aniquilado. El día de los muertos es una exégesis de “El milagro secreto”, no una reescritura, porque en trescientas páginas explica que ahí, en ese punto y aparte donde el relato de la muerte de Jaromir Hladík se hace escueto como el hielo, la narración borgeana elude con una abstracción la maraña de verbosidad, las torpes digresiones y el cuento que leemos cada día en los silencios desprendidos de las frases de otros, las historias que nos contamos para justificar el cansancio y el hambre, los dolores y las ganas, las malas costumbres y eso que llamamos pasado pero que otros llamarán oxidación: no quiso explicar Borges que nuestros ojos impiden que veamos el propio pestañeo, la Historia y el Kairos, porque ese cuerpo que al argentino le parecía horrible era el único objeto que tenía para efectivamente medir el tiempo.

        Y estoy tentado de ponerle mayúscula a esa palabra también. Sin embargo, nuestro cuerpo ocupa un lugar en el espacio, el objeto de carne que somos necesita situarse, quitarse de en medio, desplazar, integrar algo, hacer contacto, desprenderse, dormir. En El día de los muertos, el desmesurado relato autoconsciente de Esteban Torres dura una sola noche de septiembre de 1973, en cambio la rápida narración indirecta de los viajes de Gaspar Arteaga por cuatro continentes abarca toda su vida; aparentemente el único tiempo que comparten ambos protagonistas es el de nuestra ciudad de Santiago de Chile, esa velocidad con que las relaciones de parentesco que la construyeron permite que funcione hasta hoy mediante vínculos de sangre que reclaman una simetría que alguien sin cuerpo llamaría justicia. Pero luego está el título de la novela. La primera y la última de sus frases, cuando despertamos de un sueño que no entendemos con los personajes. La figura ominosa de una niña de seis o siete años que uno intuye que está muerta, pues se parece a Valentina, a Camila y a Matilde, las mujeres de Esteban y Gaspar. El amor de los muertos se parece a un sueño, porque despertaremos (1).

 

 

 

 

 

NOTA

 

 

1. Fui al baño a lavarme la cara antes de escribir esto: contra el sentido práctico que ha decretado en letras de molde la imposibilidad de comunicar otra realidad que no se pueda palpar o poner en imágenes –para que cada día la entelequia moderna tome la forma de un masivo intercambio de cuerpos, de una reproducción binaria de ellos al menos–, una mayoría de las personas ha decidido no hablar de las cosas que les importan. Porque sus palabras pueden ser malinterpretadas, porque es mejor dejar que los perros ladren, porque quién escucha. Contra el sentido práctico, nadie puede acusarnos de materialismo o de panteísmo hoy, igual que nadie sabe lo que siente una piedra, un árbol o un animal desconocido: los que no son idólatras vociferantes entienden que “de lo que no se puede hablar, mejor callarse”. Y todos creen. Es difícil que quienes lean la prensa religiosamente para no decir nada de sí mismos en el ascensor hayan encontrado la calma suficiente como para leer las Investigaciones filosóficas, por supuesto. Cómo nos sorprende que en el transporte público haya gente leyendo novelas.

 

 

 

 

 


El día de los muertos. Una historia de amor. Sergio Missana. Editorial Fondo de Cultura Económica. Santiago, 2007.