EDUCAR A LOS TOPOS, de Guillermo Fadanelli

NO HAY PARAÍSO 

 

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"Hace unas noches volví a soñar con mi padre". Así abre el narrador esta novela, con un tópico mil veces abordado pero nunca exorcizado por completo: el padre, y la relación que se establece con un hijo. De la tierra de Juan Rulfo -quien también colocaba al padre al centro de Comala en Pedro Páramo– llega Guillermo Fadanelli (1963). Escucho a un amigo hablar de él; le creo, averiguo los libros suyos que hay en librerías y me entero de que este año Anagrama lanza Educar a los topos. Me informo y me disgrego encontrando en una biblioteca Compraré un Rifle (relatos de Fadanelli). Luego, vía internet, llego a Moho[1], revista que el mismo escritor fundó. Me ordeno y comienzo.

        No espero escribir sobre la obra de Fadanelli, solo quiero esbozar algunas ideas de la escritura y del mundo que se proyectan desde Educar a los topos (Anagrama, 2006). Sin embargo, no puedo evitar comenzar con algunas líneas sobre Compraré un Rifle (Anagrama, 2004). Este libro lleva parte del nombre del relato más breve que contiene, "Compraré un rifle y mataré un venado", relato que gira en torno a la situación que vive un joven en plena transacción de droga. No hay reflexión profunda ni cuestionamientos espesos, no hay moraleja, solo el deseo de comprar un rifle y matar un venado. Simple y directo. Esta idea podría cruzar la explicación del libro; es decir, un libro compuesto por relatos certeros que no se pierden en narraciones ni evocaciones seudopoéticas. Por el contrario, relatos eficaces, secos, de finales menos que abiertos, o sea, de finales. Al leer el libro pensé varias veces en De qué hablamos cuando hablamos de amor de Raymond Carver. Una narración y una mirada similares.

        Los relatos de Fadanelli cruzan la familia, otro tema presente en la cultura mexicana, que puede ir desde el melodrama de las telenovelas hasta una película como El castillo de la pureza de Arturo Ripstein. El relato "Una familia de tantas (Melodrama de barrio)" está narrado con fluidez y con el ojo en el detalle, desde el punto de vista de un paralítico que observa cómo la mujer más admirada del barrio llega a la cima de la codicia masculina para luego terminar criando precariamente a sus hijos, cuidando al protagonista y con su cuerpo ya despojado de la posibilidad de ser objeto de deseo. Se trata de la caída y decadencia de la musa del barrio, decadencia también de una historia que se sustenta en un realismo simple, directo y muy bien logrado. Otro relato que llama la atención es "Diez en matemáticas", del cual -más que su argumento- importa el tópico de los protagonistas adolescentes que ven en la rivalidad, en el golpe, en la venganza que permite la pelea callejera, una opción de reivindicar sus identidades. Aquí es cuando entro en Educar a los topos y su entorno de mundo adolescente: la escuela.

        En esta novela hay iniciación, hay adolescencia, hay educación. Un padre cree dar la mejor a su hijo cuando lo envía a una escuela militarizada. El adolescente no tiene esperanza en esa educación, y menos en quien la imparte: profesores que construye según una imagen negativa, que no dista mucha de la que él tiene sobre el mundo. Educar a los topos recurre en su título a una imagen, la del roedor que escarba en la tierra, la imagen de los educandos que debieran escarbar y escapar del sistema, o simplemente esconderse. Creo.

        Al avanzar en la novela no puedo dejar de pensar en Los jefes -más el cuento que el conjunto de relatos-,[2] en Los cachorros, y en La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa. La lectura que hago es evidente, también la esbozan en sus críticas a esta novela Javier Goñi[3] y Claudio Zeiger:[4] "la materia del libro es opaca, pareciera un capítulo perdido de La ciudad y los perros, ese gris nublado sin fe, sin calor ni esperanza". Y claro, me quedo con esa frase: leer esta novela como un capítulo perdido de La ciudad y los perros que después de algunos años al fin pudo ver la luz. En Educar a los topos bien pudo aparecer el Jaguar, no hubiese sido extraño, pues el mundo que presenta y su atmósfera son similares. Lo dice el padre del protagonista: "Creo que ha llegado el momento de que mi hijo se entere de que no ha nacido en un paraíso". El lugar que se construye es un lugar maldito, igual que en la novela de Vargas Llosa, un lugar que también puede estar en La virgen de los sicarios de Fernando Vallejo, en El rey de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez, o en cualquier novela de Ramón Díaz Eterovic protagonizada por el detective Heredia. De esta forma, lo que busca el narrador de esta novela es proyectar una manera de habitar el mundo, un mundo hostil que busca su imagen en la educación tanto familiar como escolar, una educación que, finalmente, es violenta.[5]

        En Educar a los topos el narrador reconstruye su mundo, su vida, sus días de infancia y adolescencia, para lo que es vital el recuerdo. Sin mucho detalle, pero sí con una visión lúcida de lo que sucede a su alrededor, el narrador nos muestra un sistema hostil tanto en el colegio como en su familia, donde el padre y la madre disputan férreamente el lugar del poder. Esta novela la narra un personaje frío, producto evidente del sistema en el cual crece. ¿Tintes del Mersault de Albert Camus? Puede ser. Me quedo con esa imagen, con la que proyecta el padre sobre su hijo en el sueño inicial de éste, y también con la idea de que el mundo de esta novela no es el paraíso.
 


[1] Me lleva a recordar www.revistafosforo.com y www.losnoveles.net.

[2] Pienso que Los jefes (cuento y libro) sirve de ensayo a Vargas Llosa para La ciudad y los perros, al igual que "Diez en matemáticas" a Fadanelli para Educar a los topos.

[3] Suplemento "Babelia", de El País. 30 de septiembre de 2006.

[4] Suplemento "Radar libros" de Página 12. 8 de octubre de 2006.

[5] Pienso en cómo se escribiría la novela chilena que retrate la época del conflicto secundario de este año, en qué actitudes tomarían en el relato el estudiante que salió a la calle y el que no.

 

 


EDUCAR A LOS TOPOS. Guillermo Fadanelli. Editorial Anagrama. Barcelona, 2006.