CONVERSACIONES CON LA POESÍA CHILENA, de Juan Andrés Piña

LOS NICHOS
 

conversaciones1Si es cierto que no existen dos personas idénticas, quizás sería fructífero preguntarse sobre la generalización en el título de Conversaciones con la poesía chilena, libro de Juan Andrés Piña que la Editorial Universidad Diego Portales publica diecisiete años después de su primera versión, que reunía exhaustivas entrevistas a Nicanor Parra, Eduardo Anguita, Gonzalo Rojas, Enrique Lihn, Óscar Hahn y Raúl Zurita. La experiencia de la literatura -el encuentro de un lector con un autor en la página de un libro- es tan singular que Stefan Zweig, por ejemplo, escribió sus Momentos estelares de la humanidad aun sabiendo que tal encabezado suponía la imposibilidad de abarcar a cada uno de los seres humanos. Piña trabaja inicialmente en base a una idea que dejaría fuera a Malú Urriola, Juan Luis Martínez, Selva Saavedra o David Rosenmann-Taub: la poesía chilena es una generalización que -de puro siútica, diría Armando Uribe, uno de los autores entrevistados especialmente para esta nueva edición junto a Claudio Bertoni y Gonzalo Millán- fue inventada en el Santiago de los años 30, tan vetusto y socialmente integrador (por eso la nostalgia) como los juegos florales y la bohemia. Cabe aquí cierta descripción que Rojas hace de una mandrágora medieval como imagen de aquella poesía chilena: un hallazgo que te hace "conseguir de golpe el honor, el amor, el poder y las riquezas".
        Frente a personas de tamañas ambiciones no hay conversación posible, sino ocasionales preguntas para que no se olviden de seguir hablando de sí mismas. Con ese sutil manejo de la escucha el entrevistador insinúa que, si cada experiencia es única y cada persona habla de manera particular, poeta será quien tome conciencia de esa doble singularidad. Coincidentemente, sus cuestionarios siguen un modelo basado en la poética de Lihn -el entrevistado más caro a Piña-: la primera interrogante es sobre la infancia, luego sobre las condiciones económicas de los poemarios, sobre la recepción crítica y finalmente sobre el proyecto poético. Por supuesto, hay un especial interés por los viajes y las relaciones de pareja, de manera que la poesía situada -qué sorpresa- viene a parecerse al periodismo biográfico.
        No voy a ser el primero en observar que el psicoanálisis, aplicado a la cultura, tiende a la mistificación. En cada una de estas entrevistas el padre será Pablo Neruda y el entrevistador un analista que intervendrá cuando el disparate del ego y la insensatez del poeta se haga flagrante, como en el caso de Anguita declarando que la escritura es sagrada después de enorgullecerse de fundar la publicidad en Chile, de Parra criticando al consumismo y lamentándose de no haber vendido El Quebrantahuesos a un empresario -ya tendría nuevas oportunidades de negocios-, o de Zurita afirmando que la escritura de sus versos en el cielo de Nueva York estaba dirigida a los latinos de esa ciudad. Sin embargo, la unidad de las sesiones terapéuticas de la poesía chilena no está dada por los poetas chilenos -que nunca dijeron encontrarse con sus colegas, que siempre se quisieron únicos- sino por remotos personajes que apenas se asoman en todos y cada uno de los relatos: Jorge Millas, Teófilo Cid, Jorge Elliot, Jorge Edwards, José Miguel Ibáñez; los que de verdad inventaron la poesía chilena no fueron los autores, sino aquellos que les insistieron para que hablaran sobre asuntos universales: de qué escribir si no se conversa sobre lo que se escribe, quién debo ser y qué dirán al leer mi libro, qué es eso de la hipocresía -enmascarada en un debate: la oralidad contra el registro culto-, para qué hablar y hablar si cada uno terminará balbuceando a su modo que escribió escapándose del silencio. Poesía, concluye inesperadamente este libro de conversaciones con poetas chilenos, será cualquier forma literaria que se ocupe de la muerte.

 

 
 
 
 

 


CONVERSACIONES CON LA POESÍA CHILENA. Juan Andrés Piña. Ediciones Universidad Diego Portales. Santiago, 2007.