CONFRÓNTESE CON LA SOSPECHA, de Marcelo Pellegrini

DE LO NUEVO NO SE HABLA

 

confrntese_con_la_sospecha001Cunde hablar del silencio. No me puedo imaginar a Wittgenstein, a Blanchot, a Hoffmansthal, a sus traductores pronunciando esa frase castellana -cunde hablar del silencio-, ese verbo nuestro tan raro, impersonal, intransitivo y además coloquial, para decir esa célebre frase indecible: "de lo que no se puede hablar hay que callar". La paradoja es que difícilmente cundiría hablar tal como uno habla cada día acá en Santiago para pedirle al lector de un libro de textos sobre poesía contemporánea que no se haga expectativas líricas, que no venga a buscar en estos ensayos la explicación de una catarsis, epifanía e iluminación, o bien la denuncia de las relaciones económicas y libidinosas de algún ego, sólo porque su objeto es la poesía. No cundiría que los textos de Confróntese con la sospecha. Ensayos críticos sobre poesía chilena de los 90 discutieran poética y críticamente el uso del silencio en un puñado de poemas a partir de una lengua que no fuera chilena, sino híbrida, europea, académica, imaginaria, periodística, convencional, porque de otra manera no se sentirían invitados a la querella ni el discurso de la religión poética -específicamente la iglesia de los románticos alemanes, que ha tenido acreditados sacerdotes en Chile, desde Darío hasta Teillier- ni el discurso de la política poética -donde también contamos con convincentes oradores de escuelas francesas e inglesas, desde Huidobro hasta Lihn y Parra.

        Mientras leía los ensayos de Marcelo Pellegrini tuve una sensación de eso que no podemos traducir de manera mejor que espíritu de la época. Tarde o temprano, a medida que nos cansemos del paso del tiempo, la práctica de referirse a décadas pasadas como bloques ideológicos identificables para cualquier persona volverá a disolverse en un mero recurso de historiadores, y cuando un estúpido publicista diga "los 80s están de moda" lo entenderemos tanto como al erudito que se refiere a la segunda guerra del opio en la década de 1850. Hay en los ensayos de Confróntese con la sospecha una obsesión por el silencio que me hace, sin embargo, imaginarme -en un ejercicio tan arbitrario como el de suponer que los años 90 no empezaron en los 60, y que todavía no se terminan- quién habría sido yo si hubiera leído esos libros en el momento que fueron publicados, y cómo me habría sentido al comparar esas notas críticas de Pellegrini con mis lecturas. Entonces se balbuceaba públicamente tanto como hoy sobre Neruda, Huidobro y Mistral, se volvía a publicar a Rojas, a Anguita, a Emar, a los de La Mandrágora, y sin embargo no puedo dejar de acordarme de que los poetas con los que conversaba sólo querían leer a Lihn, a Martínez y a Lira, de que los discursos literarios más interesantes eran aquellos que se escribían desde el sobreentendido, la hipercodificación, el pastiche. Pellegrini es quien define este espíritu de la época cuando nos ubica en la querella que da sentido a sus ensayos: "las pretendidas explicaciones críticas sobre poesía son un ejercicio que debe ser confrontado con una sospecha que las aleje de toda idea de «lo definitivo»". ¿Y qué es lo definitivo? Me vuelve una sensación de adolescencia cuando vuelvo a imaginarme leyendo el libro de un poeta de Valdivia el año 93, la paranoia de no entender los sofisticados métodos que sus poemas empleaban para escapar de las interpretaciones contingentes que habían hecho de Neruda una religión y de Parra un programa; la paranoia de no tener esa fe ni ese voto me daba miedo: miedo a pertenecer y miedo a no pertenecer, miedo porque sabía que la disyuntiva tendría que resolverse en algún momento por medio de una decisión. En el párrafo final de uno de sus ensayos, Pellegrini describe a una persona demasiado joven que escribe para no escribir, que elabora versos para comunicarse y al mismo tiempo callar: "no podemos conocer en plenitud el silencio o el vacío pero lo observamos entre deslumbrados y temerosos."

        Cuando Confróntese con la sospecha argumenta que en Chile la literatura -una palabra docta para hablar de la comunicación plena entre dos personas- ha estado avasallada durante tanto tiempo por el temor -un espíritu nacional, político, católico, social-, sugiere la urgencia de que cada uno de nosotros vuelva a leer bien; que estos mismos ensayos, por ejemplo, dejen de ser temerosos y hablen de aquello que confronta al temor -en sus propias palabras-: "el vértigo de un texto iluminado [por] esa belleza que destruye, pero que siempre nos recrea en su caída. Lo que dice el blanco, la fisura como umbral del vacío, del instante frente a la eternidad, el canto de los pájaros en medio del mar." 

        Lo que cunde es hablar del silencio, no de la mordaza. Y la paradoja es que el verbo cundir no tiene raíces mapuches ni gallegas, sino que proviene de la antigua lengua gótica; que esa raíz no prosperó en ninguna otra lengua, y que en el comienzo tenía una connotación biológica: cundir era tener hijos, engendrar algo nuevo a partir de lo que ya existe. Oponerse a la muerte.
 
 

CONFRÓNTESE CON LA SOSPECHA. ENSAYOS CRÍTICOS SOBRE POESÍA CHILENA DE LOS 90. Marcelo Pellegrini. Editorial Universitaria. Santiago, 2006.