CÁNTICO ESPIRITUAL Y OTRAS CANCIONES DE SAN JUAN DE LA CRUZ, de Amancio Prada

Cántico espiritual 1LOS AMORES (IM)POSIBLES


El viajero e hispanista inglés Gerald Brenan envió en 1978 a Amancio Prada una misiva de recepción del disco Cántico espiritual y otras canciones de san Juan de la cruz: «Le pusimos en nuestro HI FI, mi sobrina y yo, y estuvimos escuchando. Produjo una impresión extraordinaria, una renovación de la esencia del poema que habíamos perdido a consecuencia de estudiarlo tanto cuando yo escribía sobre él y mi sobrina traducía los versos». Esta cita proviene de un libro, encabezado por Prada, de título homónimo al disco de 1978 y publicado en 2010 por Vaso Roto Ediciones de México. Contiene las poesías de san Juan de la cruz y una nueva grabación de Prada a aquella musicalización de los setenta.

    Imagino que la experiencia de lectura de las poesías del carmelita fascinó a Brenan por varias razones, entre ellas el telón de fondo de un contexto cultural y una geografía distintas que enmarcan una obra de resonancias místicas. La pregunta por el sentido de la existencia debió hacérsela como cualquier individuo y el estilo de la respuesta, apostando el místico a una (im)posible comunicación con dios, seguramente lo sorprendieron. Siendo la poesía sanjuanista un canto a la unión con ese otro absoluto, sus imágenes componen una noción paradójica de lo divino por vía de negar la afirmación. Lo mínimo afirmado por el poeta en la brevedad de su obra es el post scriptum del acontecimiento místico, hecho inscrito en una tradición de textos históricos del misticismo religioso entre los que podríamos incluir las poesías del español renacentista.

    El libro tiene un esclarecedor prólogo de la poeta catalana Gemma Gorga, precedido de unas palabras de la filósofa María Zambrano donde habla de «la memoria enamorada de donde nace la noche de Segovia». Gorga pasa revista a una variedad de relaciones de sentido que la obra del carmelita pone en juego; según ella, san Juan de la cruz se mete en el laberinto tridimensional de la experiencia mística, del cual no se sale «mediante el hilo, sino mediante el vuelo». El vuelo de la poesía ayudará al hombre, entonces, a sortear el laberinto (duda, desesperación, soledad) y a testimoniar el acontecimiento paradójico de lo indecible. Servirá la poesía como avistamiento topográfico de nuevas imágenes del hecho mistérico o (im)posible de dios.

    En esta tradición mística –judía, grecolatina, cristiana– viene a inscribirse la poesía de san Juan de la cruz, dentro del “gran” corpus de «teología negativa» ensayado por eminentes personajes a lo largo de la historia (Pseudo Dionisio, Eckhart, Teresa de Ávila, Ángelus Silesius, entre otros). Un momento de esta línea de pensamiento lo representa el monje abulense, encarcelado alguna vez por integrarse a la reforma carmelita –nos cuenta Gorga que en ese encierro comenzó su Cántico, repitiendo de memoria los versos engendrados–, prisión de la que escapó para seguir a las descalzas y deambular por diversas localidades de la España católica, imperialista y en contexto de contrarreforma. Juan ensaya en su celda un nuevo aporte a esa tradición de signo negativo en el ámbito de la «teología mística» proyectada en su obra, componiendo poesías de gran expresividad acerca del hecho religioso, el conocido religare.

    La negatividad de estos discursos teológicos, ya sea en letra filosófica o poética, viene dada por una concepción apofática de dios, es decir, por una declaración que interroga o niega toda posibilidad de conocimiento de “su ser”, lo que acercaría estos discursos a una especie de profesión de ateísmo (ver al respecto el Salvo el nombre de Derrida: «riesgo de devenir ingratitud, inversión que acecha a todos los movimientos apofáticos»). Su radicalidad quebranta incluso la posibilidad de un lenguaje, aunque lo es en grado sumo, pues insiste en un estar (dios) más allá de cualquier cosa, incluso de un lenguaje. En san Juan de la cruz este reto toma la forma de un post scriptum poético que surge después de cruzar la frontera y de haber sido cruzado por ella. Es el regreso, digamos, de una abducción en la mente que clava el espíritu en la palabra. De ese fuego atencional, medible sobre todo en el cuerpo que festeja con bríos y pasión, aplaudiendo, cantando –a veces temblando y llorando– por los pasillos de la iglesia, nacen los versos del carmelita: composición de las palabras precisas para repetir y memorizar el amor a dios, conocerlo por su intermedio. Saber a dios, es decir, saborearlo en un gozo ciego, abierto y cerrado, a su vez, en una buena dialéctica de organismos vivos. Pero al contrario de un placer idealizado epicúreamente, aquí el dolor cuenta como duda o debilidad que amenaza la unión con el supremo. ¿Y qué si todo esto no fuera ni real ni fundamental? ¿Creeremos de todos modos, aunque el vacío y la nada sean precisamente los aliados de esta elección? Los místicos se cimbran en la punta de un iceberg en deshielo. Se lanzan en parapente para agarrar el curso del viento y abandonar el risco. La osadía de su lengua –clásica en un sentido canónico, de instrumento a la mano; muerta en un sentido de grado cero, más allá de todo valor– proviene de una cierta inclinación al ateísmo, un borderline religioso que no es separable «de una lengua poética o metafórica».

    Lo plantea Derrida, de nuevo, apuntalando varias citas al místico alemán Ángelus Silesius, algunas de las cuales bien podrían ser las de su predecesor español para dar cuenta de los mismos problemas y reflexiones con que se enfrenta el filósofo argelino. Entre el aforismo de Silesius – «Lo más imposible es posible. / Tú no puedes, con tu flecha, alcanzar el sol, / Yo bien puedo, con la mía, atrapar con mi tiro el sol / eterno»– y el poema «A lo divino» del abulense –«volé tan alto, tan alto, /que le di a la caza alcance»– hay un vínculo evidente de metáforas que ambicionan la unión con el supremo –el sol, allá arriba, como creían y adoraban muchos pueblos antiguos. Todo se trata de amor, de unos amores posibles.

 
Cántico espiritual y otras canciones de san Juan de la cruz. Amancio Prada. Vaso Roto Ediciones. Ciudad de México, 2010.