ARMAS ARROJADIZAS, de Marcelo Mellado

ESCRITURA DE LA COMBATIVIDAD

 

Marcelo Mellado decidió hace años dejar Santiago para vivir y ejercer como profesor de castellano en San Antonio. Considerando el arraigado centralismo de nuestro país, su decisión tiene bastante de radicalidad y contribuye a caracterizarlo como el inusual personaje que es dentro de la literatura chilena. Son muy pocos los escritores que vislumbran siquiera la idea de desarrollar su carrera literaria fuera de la capital, las razones son de dominio público y no vale la pena enumerarlas aquí. En el caso de Mellado, sin embargo, el audaz gesto no ha sido en vano, pues a la larga le ha traído reconocimiento y validación del medio. Para él, asentarse en provincia obedece al deseo de abandonar la vida de rebaño y desde la distancia poder criticar y estar en contra de casi todo. Este distanciamiento ha sido crucial para su obra, pues le ha permitido concretar un proyecto narrativo denominado por él mismo en algún momento «escritura de la negatividad».

          La producción de Mellado incluye tanto sus columnas en prensa, como novelas y cuentos. De este último género es cultor fiel y ha demostrado que lo entiende como algo más que un ejercicio de tránsito hacia la novela. Para comprobarlo está la antología Armas arrojadizas, que reúne catorce de sus relatos, trece de los cuales ya habían sido publicados. El volumen cumple su función antologadora y no deja lugar para cuestionamientos sobre la inclusión de tal o cual relato. Sin embargo, y aclarando que el nivel de estas páginas es bastante homogéneo, hay narraciones que sobresalen y corren con colores propios. Entre las páginas cúlmines del libro están «Apuntes para una teoría del canto popular», «No iré a Madrid» y «El morador»; cualquiera de los tres cuentos podría perfectamente estar incluido en una antología de alcance nacional o hispanoamericano.

          Una de las características más distintivas de este proyecto narrativo es la ubicación de sus tramas en espacios reales y perfectamente reconocibles por los lectores chilenos, nada de pueblos o ciudades imaginarias. Así, por ejemplo, aparecen en estas páginas localidades como Diez de julio, Vicuña Mackenna, Ñuñoa y San Miguel. La configuración espacial de sus relatos manifiesta, congruentemente con lo hasta aquí enunciado, una predilección marcada por la periferia. En este contexto, aquellos cuentos situados en Santiago establecen una escisión tajante entre Oriente y Poniente, y en este último punto el autor delimita su campo de acción: parece querer probar que tanto él como sus personajes tienen un acabado conocimiento de la realidad, y por ello ocupan su lugar en el mundo con los pies bien puestos en la tierra. Los relatos de Armas arrojadizas evidencian la sociedad de un país donde la mediocridad y la ramplonería son norma. En este entendido, Mellado crea personajes plenamente conscientes, que descreen tanto de cualquier imagen de prosperidad y estabilidad que, en un encendido acto de liberación, uno de ellos confiesa que «es tan insoportable ser chileno, que he pensado seriamente en renunciar a esta nacionalidad perversa». No es de extrañar entonces que en un aspecto general la idea de Chile sea el objeto de sus dardos y, de manera más específica, la burocracia administrativa como forma de vida. Justamente el incuestionable valor de estos cuentos está en su retrato de aquella clase social conformada por profesores de colegio, funcionarios municipales y dirigentes vecinales a través de sus propias hablas y tonos de voces carentes de artificio y estereotipo, que no habían aparecido hasta ahora en nuestra literatura.

          Como un intento por comprender el libro en su globalidad se pueden distinguir dos tipos de relatos: aquellos que genéricamente son catalogables como tales, porque cuentan una historia («Beatlemanía», «El pingüino de Humbolt» o «Apuntes para una teoría del canto popular») y aquellos que se desarrollan como un discurso oral («Que» y «Vocación docente»). En una u otra categoría tienen importancia aquellos cuentos que actúan como manifiesto de la experiencia artística o bien directamente como ars poetica, entre los que están «Antología» y «No iré a Madrid». Es quizá un defecto mayor de Armas arrojadizas que muchas de sus páginas se limitan a alocuciones reprobatorias o llamados a la conciencia que no desarrollan una historia, más bien se quedan en la anécdota de lo cotidiano o en la acidez de la crítica, pasando por alto el desarrollo de un conflicto. Sin conflicto no hay literatura, tal vez: a cambio está el decurso de una voz combativa que se despliega como un caudal irrefrenable de ideas y palabras. Tales casos fallan como cuentos, pero funcionan como discurso y expresión libre de la negatividad.

          Por medio de sus primeras Armas arrojadizas, Mellado pone en jaque las expectativas del lector y nos deja perplejos a ratos. Esta particularidad, que es valiosa en sí misma, se torna inconveniente cuando se vuelve un mecanismo reiterativo. Y es precisamente lo que sucede cuando el exceso de negatividad y cuestionamiento pierden valor porque cansan. Ya en la mitad del libro cada relato se presiente como una reiteración del anterior, como lector es posible anticipar a qué atenernos y el factor sorpresa, necesario en algunos cuentos, se pierde. Es cierto que Mellado ha sabido crear una voz única, absolutamente inconfundible en el panorama literario actual, pero es igualmente cierto que esa particularidad no es suficiente para sostener un volumen completo de cuentos. Pese a todo, reconozco y valoro el desarrollo sistemático de su pensamiento crítico, necesario y urgente en Chile.

 


Armas arrojadizas. Marcelo Mellado. Metales Pesados Libros. Santiago, 2009.