ANTIMUJER, de Carolina Sepúlveda

LA IMAGEN NEGADA 

 

antimujer"Porque no se desdigan mis voces más siniestras,/ desde hoy seré como esos peces sin sexo,/ sin sexo, así como esos árboles/ que crecen a la orilla de las tumbas vacías./ Desde donde venías mi primer enemigo./ Desde donde venías con tu traje de arena/ y tu olor submarino". Estos versos de Sinfonía del hombre fósil, de Stella Díaz Varín bien podrían representar fielmente la poesía de Carolina Sepúlveda (1978) y su Antimujer. Es decir, una posición desfigurada y negada frente al hombre, pero con ese presente, aunque también con una posición y un habitar a veces siniestros y envilecidos.

        "Soy la muerte del deseo/ la antimujer/ la anticaricia encerrada". Es decir, una hablante que desde la negación configura su habitar del mundo. A la vez inmune al sentimiento, le quita lo sublime al cuerpo femenino que por tradición es objeto de deseo machista. Quizá es una figura que se pueda repetir como leit motiv corporal de la poesía chilena de mujeres. Está claro que los contextos son diferentes al de una Gabriel Mistral o Teresa Wilms Montt en un contexto que ninguneaba a la mujer. Esta antimujer tampoco es la que lucha contra la dictadura durante los ochenta y que siguió clamando en los 90. Pero dónde está el cuerpo de esta hablante hoy día. Desde dónde nos habla y lanza su discurso y cómo lo hace. Un ejercicio isotópico verbal nos arroja una antimujer: arrastrándome, lamiendo, tiritando, arrastrada, aplastada y pisoteada. Pareciera que a esta antimujer no le entra ese traje con el que el feminismo quisiera arroparla. Por el contrario, añora al hombre, nunca desde la sumisión, pero clama al vacío. Esta antimujer no surge como posibilidad a otras y a otros, esta antimujer se construye desde la abyección total -referencia explícita al poema-instalación Abyecta, de Elizabeth Neira.

        Un elemento interesante es el cruce de imágenes. Por un lado, las que son verso y por otro las que son fotografía -de Juan Manuel Méndez-, ambas intentan complementar la figura de mujer ahuecada, solitaria y vaciada que se desprende del poemario. Las fotografías bordean la construcción de una hablante loca -presencia de Pizarnik o alguna marca de Berenguer-, encarnada en la mujer vestida de novia que deambula frente al mar, sin que este sea el espacio ideal y romántico del amor tradicional y cursi. Algunos encuadres hacen perder la forma real del objeto: la mujer, lo que definitivamente es prolongación de los versos de Antimujer. Otros encuadres dan cuenta de la situación del cuerpo abandonado en medio de un espacio vacío en profundidad de campo. Mientras el rostro se pierde en un espacio fuera de cuadro que muestra solo ese cuerpo ahuecado. Sea como sea, la situación final es de soledad, fisura y descentramiento total.

        El poema El agua se hizo para dar forma a las cosas es una concatenación de breves imágenes / escenas que dan luces en torno a la hablante. Primero, se marca la situación de esta: "Escupo una mueca sobre el mundo". Luego, pasa por el círculo que la rodea: "Al otro lado/ mi madre repite el rito/ entre las piernas de mi padre/ saca la lengua y bendice"; mientras que "Los ojos de mi padre me apuntan/ rompiéndome los sesos", da cuenta del gesto iconoclasta que la lleva a plantearse desde un lugar de negación y como algo nefasto, encarnado en el tercer momento de la hablante: "Como la humedad de mi cuerpo ardiendo/ entre roca y roca" o "Mi perra lamiéndose la vulva/ escarbando con su lengua ahí mismo".

        Si hasta hace poco la mujer intentaba abrirse espacio en la escena de la poesía -espacio masculino por generaciones-, ahora, la validación se hace en los espacios también, que son ocupados de hecho; se llenan los sitios que desde el comienzo les eran vedados. Sin embargo, el dolor, el cuerpo y ese intento aún por configurarse como mujer sin voz, silenciada y amordazada, no dejan de mantenerla frente al otro, su enemigo, el hombre: "Llevo tu nombre pintado en la frente" o "me hundiré en tu carne/ hasta ser carne de tu carne" o como en la dedicatoria inicial "Al hombre que nunca estuvo", sea este padre, hijo o esposo. Pareciera que este lugar de escritura de la mujer puede llegar a erosionarse. Pero Antimujer aún logra sobrevivir a la posible monotematización de la poesía femenina. Ofrece ritmo gracias a los breves y largos versos, intercalados con acentos sonoros y silencios que dan que hablar, lo que indica que no hay caos en la escritura; por el contrario, ésta se presenta sólida y lúcida, para poder así sostener a esta antimujer, la imagen negada.

 

 


ANTIMUJER. Carolina Sepúlveda. Al Margen Editores. Santiago, 2004.