AÑOS LUZ, MAPA ESTELAR DE LA CIENCIA FICCIÓN EN CHILE, compilación de Marcelo Novoa

Inmovilidad


Esta lectura ocurre siempre ahora: en el texto de un libro, de un letrero, de una crítica literaria, de una carta se cruzan el pasado del lector con el futuro del escritor, pero sobre todo el presente de una querella, una interrogante, un silencio y un pacto que suspende ese tiempo cuyo carácter convencional suele pasar desapercibido. Marcelo Novoa también se acuerda de que la progresión es una más de las posibilidades cuando en su estudio preliminar a Años luz. Mapa estelar de la ciencia ficción en Chile quiere atacar “la velada sentencia que intentará acallar cualquier literatura que se aleje del verismo y la imaginación para así vigilar y aplanar la imaginación hasta crear un rígido continuo espacio-temporal”. Sin embargo, luego de manifestar el asidero moral de su tarea compiladora denunciar qué es lo que nos vigila en la literatura chilena, quién nos aplana y por qué de vez en cuando sentimos que esa Historia es impenetrable Novoa se limita a hacer un inventario de aquellos escritores que han pensado sobre el futuro en un determinado territorio que se llama Chile. Es decir, a pensar el futuro desde el pasado: fueron los mismos griegos los mismos que decían canon para referirse a una regla, a una huincha de medir quienes inventaron la historiografía cuando anotaban –escogían– eso que sus descendientes iban a recordar de ellos.

El contraste permite tener la sensación de que los griegos buscaban justamente llegar a un acuerdo sobre qué es el “rígido continuo espacio-temporal” donde habitaban, y que Novoa privilegia la contradicción en su discurso la misma aporía que es su objeto de estudio (el futuro desde el pasado) como una manera de romper ese acuerdo grecorromano que fundó este mundo problemático. El objetivo de esta compilación, lee uno en el estudio preliminar, es mezclar categorías hasta la confusión. O hasta conseguir algo nuevo. El detenimiento, la demora, la profundidad son cualidades estilísticas que esta investigación deja atrás –debido a la posibilidad de rigidez que acecha en ellas– en beneficio de la velocidad con que se busca formular esa novedad que la ciencia ficción le agregaría a la literatura: en el estudio preliminar de Años luz la lectura se traslada sin transición desde una fórmula académica “Todos los críticos concuerdan que casi no existe tema de ficción científica que no haya sido anticipado por la mente de Wells” a una síntesis publicitaria “por eso atrévase con esta antología de CF a la chilena”–, y a cierta prosa poética “¡A mí que me registren las pesadillas!”. En apariencia la rapidez de esta argumentación es tal que la anunciada nueva historia de la literatura chilena pasa de largo sin que uno pueda comprenderla.

Entonces la pregunta que uno no puede dejar atrás es si realmente hay velocidad en la argumentación que Marcelo Novoa sostiene en torno a un conjunto de libros escritos en este determinado territorio –y también en la consiguiente selección de narrativa, que es una manera de proponer con palabras de otros–, considerando para esto que la tradición física llama velocidad al cambio en la posición de cualquier materia en cierto tiempo. Ya mencioné la posición inicial, permanente de la historiografía literaria –el “verismo” y la “rigidez” narrativa– que este Mapa estelar de la ciencia ficción denuncia, pero no he mencionado cuál es la siguiente posición que propone para darle velocidad a la discusión: dividir la literatura, el fenómeno de leer, escribir, precisar y comentar ese fenómeno, en géneros específicos, uno de los cuales sería la ciencia ficción. Antaño los sabihondos de la literatura fueron bastante rápidos como para darse cuenta que la materia específica de la literatura es el lenguaje verbal escrito, por lo cual un deslinde se tenía que llevar a cabo tomando en cuenta las variaciones formales de ese lenguaje: narrativa, poesía, ensayo, dramaturgia. Hoy la pantalla y la viñeta hacen que la literatura no tenga especificidad alguna, la imagen ubicua abrevia toda argumentación discursiva en polaroids que puedan ser comprendidas a la distancia y sin esfuerzo: los géneros literarios pasan a convertirse en géneros cinematográficos, la novela se disuelve en serie negra, ciencia ficción, melodrama, thriller religioso. Cuando las formas son incomprensibles nos referimos a los temas, y en esa conversación hay tantas opiniones irrelevantes como experiencias incomunicables.

La ciencia ficción se vuelve una categoría relevante cuando una instancia temporal que no es este mismo instante en que escribo y leo esto, ni tampoco otros momentos que confluyeron para que llegara a hacerlo, se proyecta en mí. Futuro es un nombre de lo desconocido e irremediable, como misterio, destino, Dios; y también –sobre todo en boca de autoridades, economistas– la palabra progreso. Desde su discusión temática, Marcelo Novoa señala que la idea de futuro que se encuentra en novelas y cuentos de los países que comenzaron la industrialización –mundos posibles, maquinas vivientes, guerras impensables, seres no humanos– es similar a aquella que la literatura chilena proyecta, en circunstancias de que quienes leemos y escribimos lejos de esos países tendríamos el privilegio de subvertir esa idea de futuro porque habitamos el basural de sus fábricas. Para seguir viviendo con cierta tranquilidad se necesita considerar la posibilidad de que en esos países hayan elucubrado alguna vez sobre máquinas del tiempo o viajes a la luna porque al ver las enormes chimeneas botando humo día y noche era imposible no tener la absurda sensación de que el ser humano era indestructible, de que la civilización era un ser vivo que avanzaba vorazmente y por su cuenta. Y tranquiliza más darse cuenta del contrasentido de pensar sobre esa industrialización incesante en un país voluntarioso como este, un país de cerros, árboles y olas que desprecian a los seres humanos. Si no nos levantamos temprano cada día para echar a andar las máquinas y las instituciones, si no describimos minuciosamente los mecanismos de nuestra realidad en cada novela, si no leemos todas las novelas que se publiquen el silencio se vuelve mayor.

Cuando escribo, leo esto y el tiempo se suspende, recurro a una idea algo anacrónica que sin embargo acaso aporte a las ideas de futuro que dejaron por escrito un grupo de seres humanos que vivieron en un territorio llamado Chile: el lenguaje verbal es una prótesis; como alguna vez una persona utilizó una piedra para cortar un pedazo de carne, para construir una rueda, para estudiar la historia de su propia humanidad, las palabras fueron herramientas con las cuales detener el paso del tiempo. A través de los años, de los siglos, de los milenios, esta prótesis naturalmente se hizo más sofisticada y se desgastó hasta la tautología: sólo podemos hablar de nosotros mismos, imaginar cómo fuimos y cómo seremos, incapaces de formular la pregunta sobre nuestra insignificancia, sobre eso que se ubica fuera de nosotros para determinar el fin de todas las cosas.

 


 

AÑOS LUZ. MAPA ESTELAR DE LA CIENCIA FICCIÓN EN CHILE. Marcelo Novoa, compilador. Editorial Universidad de Valparaíso y Puerto de Escape. Valparaíso, 2006.