AL VUELO DE LA PÁGINA, de Juan Malpartida

LA VIDA COMO PALIMPSESTO

 

Nada más en el inicio de Al vuelo de la página nos dice el poeta y crítico literario Juan Malpartida (Málaga, 1956) que las anotaciones que conforman su libro podrían considerarse un largo palimpsesto de más de cuatrocientas cincuenta páginas; «escribo con palabras que me han precedido», afirma. En este recuento de pensamientos en voz baja que cubren la última década del siglo XX no encontramos la escritura impulsiva del dietario ni la prosa emocionada y urgente del diario, tampoco la reflexión casuística de las memorias ni el afán programático de la (auto)biografía. Al respecto, para el propio Malpartida «estas páginas que yo escribo no son unas memorias ni un diario, tampoco una reunión de reflexiones, y sin embargo son, de alguna manera, todo eso». Se nota en la lectura que los pensamientos expresados en el texto se han servido de la propia escritura como elemento facilitador de la reflexión, y no al contrario. El resultado es que las reflexiones son más o menos conclusivas. Otro rasgo importante del aliento en torno Al vuelo de la página es el amateurismo que el propio autor hace explícito: ese pensar apasionado que no se rige por la obligación de la tarea sino por el martirio gozoso que impone la duda y la curiosidad, bajo cuyo desasosiego late el ensayo; «no soy especialista en nada; es más, no sé mucho de nada», declara el narrador. Sin embargo, más adelante asegura que en su biblioteca hay diez mil volúmenes, ordenados por géneros. Y agrega: «si escribo estas páginas es porque quiero y necesito hacerlo: es un acto gratuito. Necesito lo que quiero». Para Malpartida, el diario «está hecho de retazos, no de continuidad. Son flecos de literatura […]. Formo parte de los escritores que no pasaron no ya nunca por la universidad sino ni siquiera por el instituto».
          De acuerdo a este convencimiento, los textos vienen ordenados por meses y años aunque no se mencione la fecha exacta de cada fragmento, para evitar –se nos dice– la noción de sucesión. «Entre una anotación y otra», señala en febrero de 2000, «a veces sólo han pasado, en este diario, unas horas, y en otras, como ocurre entre ésta y la anterior, casi tres meses». En la relación entre fecha y volumen de escritura de Al vuelo de la página, los años 1994 –con noventitrés páginas–, 1997 –setentidós páginas–, 1998 –setentiséis páginas– y 1999 –ochenta páginas– son los más extensos. Los primeros años y el último no pasan de las treinta páginas. Se podría decir que, según avanza el tiempo, Malpartida está más suelto, menos precavido. Aunque para la propia voz autoral el problema se relaciona con una distracción innata: «soy un escritor distraído que a veces produce un montón de páginas y otras se olvida de escribir», párrafos que «sin dejar de tener deseos, está hecho, sobre todo, de las marcas que la realidad ha dejado en el deseo». De esa manera, aunque los intereses de Malpartida son declaradamente poéticos –«me gusta la poesía de instantes, circunstancial», indica–, hay bastantes páginas de reflexión en torno a los nacionalismos, el lenguaje, la escritura y la filosofía. Tampoco elude asuntos contingentes como, por ejemplo, la destitución de Félix Grande de la dirección de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, la muerte de Diana de Gales o los devaneos terroristas de la ETA. Las confesiones biográficas personales quedan mayoritariamente al margen, quizá por el comprensible pudor de Malpartida desde la muerte de su mujer a los veintisiete años, con dos menos que él. Hay noticias y datos sobre sus hijos, igualmente, tal como rememoraciones de la infancia, un particular autorretrato y espacio para referirse a algunos de sus amigos: Andrés Sánchez Robayna, Jordi Doce, el pintor Denis Long, Haroldo de Campos, Juan Gil-Albert, el poeta cubano Orlando González Esteva, Luis Ferraz, Luis Alberto de Cuenca –quizá el que queda más a la sombra–, Charles Tomlison y Octavio Paz, algunos de ellos; aun así, el poeta y crítico literario comenta que «se suelen tener pocos interlocutores».
          A partir de esas constataciones de introspección hay momentos en que el diario «quiere metamorfosearse», en palabras de Malpartida, y pareciera que éste quiere divertirse. Entonces aparecen muchos diarios distintos. Como tentadores aparecen los diarios de Amiel, de Anaïs Nin, de Marià Manent, de Josep Pla, de Cesare Pavese o de Franz Kafka. Quedan también invocaciones no explícitas a los de Vladimir Nabokov y también a los de Andrés Trapiello. A este respecto, si pensamos el gusto –o la influencia– como una concepción de vida podríamos hacer un recuento más o menos caprichoso de los autores de los que se ocupa Malpartida y que nos permitirá esbozar su cartografía sentimental: Cioran, Demócrito, Juan Gil-Albert, Manuel Ulacia, Octavio Paz, Ponce de León, San Juan de la Cruz, Bioy Casares, Pla, Juan Luis Panero, Trapiello, Steiner, Villaurrutia, Sábato, Valente, Eugenio Trías, George Santayana, Valéry, Jaspers, Fumaroli, Pío Baroja, Barral, Proust, Carlos Castaneda, Mallarmé, Seferis, Roberto Juarroz, Castilla del Pino, Manuel Machado, Lichtenberg, Neruda, Fernando Savater, Cervantes, Isaiah Berlin, Milosz, Montaigne, Aristóteles, Severo Sarduy, Gerardo Diego, D’Ors, Cernuda, Enrique Molina, Jünger, Borges, Spinoza, Nietzsche, Gil de Biedma, Lorca, Gorostiza, Blake, Huidobro, Mircea Eliade, Chateaubriand, Eliot, Henry Miller, Barthes, Ortega, Unamuno, María Zambrano. Hecho este recorrido de nombres, se hace evidente que Al vuelo de la página no es un conjunto de diarios solipsistas, aunque se permitan –de vez en cuando– la confesión, sobre todo de índole literaria: «me hubiera gustado poder obsesionarme con mi obra literaria, pero no ha sido así, me he tenido que dar sólo discretas dosis de obsesión», dice Malpartida. Y agrega: «escribí algunos libros, aunque ninguno tan importante como los que alguna vez mi vanidad más que mi talento me hizo soñar». Es importante en este sentido hacer notar el permanente deseo de ampliación de la propia experiencia literaria que ocupa el centro de estos diarios. Así consigna la necesidad de contar con Latinoamérica –no en vano es Malpartida jefe de redacción de Cuadernos Hispanoamericanos: «no podemos dejar de pensar ni de pensarnos sin tener en cuenta lo que se siente y se piensa en la totalidad de nuestra lengua». Así también la importancia de la crítica literaria, sencillamente como «lo que viene en segundo lugar, pero no lo que resulta prescindible». Así el reclamo de que esa misma crítica tenga valor por sí misma, «constituyéndose como original». Y así lo que podríamos considerar su declaración de guerra: «creo en el entusiasmo, esa forma de religión menor, sin dogmas ni iglesias, sin trascendencia, y por todo ello más valioso para mí que las religiones y su aparatosa teología».
          Al vuelo de la página cierra con el anuncio de Juan Malpartida de su firma de contrato para la publicación de su novela La tarde a la deriva con la editorial Galaxia Gutenberg, y la siguiente frase: «no puedo dejar de preguntarme qué es lo que dibujan estas páginas». En mi opinión, lo que dibujan es la constatación empírica de que la palabra también es acontecimiento, de que la escritura es el testimonio de una vasta existencia y de que el escritor, sí, escribe con la mano. Todo lo demás –como bien sabe Malpartida– es pura charlatanería.

 


Al vuelo de la página: diario 1990-2000. Juan Malpartida. Editorial Fórcola. Madrid, 2011.