Otra lectura de SIETE JUDAS, de José Antonio Rivera

TOCANDO FONDO

 

El siguiente texto fue leído durante la presentación del libro en la Ferial de Vitacura, en enero de 2009.

 

 

De rebote me llegaban señas de la escritura de esta novela desde el año 2006. Su nombre: Judas, Siete Judas, Siete Judas.cl. La versión daba cuenta de la que novela se trataba de una novela-blog sobre la gestación de una página web. Yo pensaba, con evidente suspicacia, ¿cómo se va a sustentar una novela sobre un blog? La duda se instalaba fácilmente y se imponía. Tuve que esperar dos años para leer Siete Judas y entender que la apuesta resultaba.

Contextualizo. La novela relata, en palabras del narrador, “el venturoso proceso de sietejudas.cl”. Es un sitio web que existe, actualmente está en pausa y que sostenía José Antonio Rivera junto a un grupo cercano y cerrado de personas. Un grupo cerrado con una nómina extensa de colaboradores que no era más que la creación e imaginación escritural de este pequeño círculo. Ellos firmaban con distintos nombres las crónicas que se publicaban. Hace algunos meses, en la primera presentación de Siete Judas en la Feria del Libro de Santiago, Rivera explicaba que este ejercicio servía para probar las distintas voces que aparecen hoy en escena en la novela. Ensayar voces, puntos de vista, ejercitar la pluma para que en Siete Judas tome voz propia José de Arimetea [sic], Fernando Almirraz, Benicio Torres, Ástor K., Nicolás Cuzzano, Cristo, Junpi, el poeta Marcos Puebla, el crítico urbano de café con piernas Pepito Paga Doble. Rivera en su vida inventa nombres, heterónimos, cual Fernando Pessoa, para sustentar un sitio web. Rivera muta en una suerte de señor Corales haciéndolas todas, ejercicio y juego camaleónico que resulta y potencia la escritura y condición del narrador José de Arimetea y de los personajes antes citados con vida propia en la novela.

Así, “el venturoso proceso de sietejudas.cl” lleva al narrador a sumergirse en el universo de la gestión e industria cultural a escala humana, a escala de simple mortal. Junto al grupo venden paragua, pitos de mala calidad, para poder comprar el hosting del sitio. Desde ahí el proceso; en palabras del narrador es “una bitácora virtual”, “un registro paralelo a las operaciones del sitio”, es decir el recorrido que narra la novela, el registro de treintaitrés días de blog de José de Arimetea. De diciembre de 2004 a enero de 2005. La excusa para que el narrador se detenga a los veintiocho años para mirarse en el presente y hacia atrás. Dante, en La Divina Comedia, comenzó su viaje por el infierno, purgatorio y paraíso a los treintaicinco años: “A mitad de nuestra vida / extraviado me vi por selva oscura / que la vida directa era perdida”. Esta selva oscura es el verdadero fondo por el cual transita José de Arimetea. A sus veintiocho años narra su paseo por el infierno de las drogas, el hastío cotidiano y citadino, su viaje a Santa Lorenza, su situación de sujeto de clase media, y claro, el venturoso proceso del sitio web.

En su corta vida el narrador no ha ganado nada ni ha perdido todo. Está al medio. Marca el paso en su universo al medio de todo, estancado, suspendido: “Soy de clase media. Lo digo a sabiendas de que la frase repugna por cliché y manida; o quizás me equivoque y más bien suene ilusoria, abstracta, tornadiza”. Ni de clase alta ni baja. Ni cuico ni marginal. Del medio, C2, C3, según expresa en la novela, “con un capital insignificante e inútil”. Un capital exiguo e mermado que no es más que, según escribe en una crónica colectiva, “nuestra propia voz”, voz que no es más que la palabra y la capacidad de escribir y decir, único refugio del narrador de clase media. Un sujeto común y corriente como su universo de ex compañeros de liceo, mediocres funcionarios de medio pelo, de liceo con número. Un universo que, según José de Arimetea, “con una dosis de esfuerzo y fortuna” puede alcanzar solamente a ser parte de la meritocracia chilena. De este modo, José de Arimetea realiza un autoanálisis del cual no escapa la figura de su creador, Rivera, sociólogo de profesión y escritor por las noches.

De ahí que la escritura, la palabra, sea parte y capital esencial del trabajo del narrador. Una escritura por donde la novela transita cómodamente. Un escritor que no escribe en hojas sueltas: “me convierto en un pobre inválido cuando sólo cuento con papel y lápiz […] quedo a la deriva sin mis eficaces dispositivos tecnológicos: el diccionario de sinónimos y antónimos y la corrección ortográfica de Office, la posibilidad de reformular mil veces una frase, de cambiar de sitios las palabras con un doble clic”. Una escritura desligada de talento que vuelve sobre sí misma borrando lo que se hizo ayer. No deja las marcas de los errores a diferencia de los manuscritos donde, si bien se corrige, la marca, la tacha, la raya no borra la imperfección o el descontento de lo que se escribió ayer. El blog, la escritura de hoy, no sabe de eso. Desecha las huellas de la escritura y se queda con el ahora. La escritura perdió su aura de antaño. De seguro detrás de esto se deja ver en Rivera una lectura de Benjamin. Eso habrá que verlo. Pero las poéticas sobre el tema continúan en la novela. Fernando Almirraz es quien reflexiona sobre el panorama de la literatura latinoamericana, por el cual, ambiciosamente, no quiere ser opacado. Recorre sus lecturas adolescentes de José Donoso y universitarias de Bolaño, un escritor que, parafraseando al mismo Almirraz, sencillamente lo cagó. Es interesante el lugar que asume este personaje; “con cueva escribo”, dice, “y lo que escribo no se parece en nada a las cátedras que dictan estos muy respetables escritores que hoy […] la llevan”. No hay que ser un lector tan lúcido para comprender los cruces de la escritura de José de Arimetea y de Fernando Almirraz, que no escapan del padre-autor José Antonio Rivera.

La novela recorre espacios que dan cuenta de una escritura testimonial, de un sujeto que está al medio. Un relato que pone de manifiesto una iniciación, a veces adolescente, a veces tardía. Rivera elige el tono de una novela de formación, bildungsroman de tardo-adolescencia. En ningún caso es una novela juvenil con ejemplares enseñanzas posteriores. Se trata de la formación de una adolescencia perdida en las postrimerías del liceo y en los inicios universitarios, una adolescencia tardía en el tiempo presente de la novela. Veintiocho años para mirar hacia atrás, hacia los tiempos lastarrinos de la verdadera adolescencia y al presente hastiado, marcado por la escritura. La voz del narrador mezcla el Holden Caulfield de Salinger con la queja y el hastío continuos de Ignatius Reilly de Kennedy Toole en sus recuerdos de los años del Liceo Lastarria y de estudiante del Arcis, época crucial para hacerse preguntas básicas sobre la identidad, la vida, lo que viene, lo que pasó. La adolescencia, palabra tan cercana fonética y semánticamente a adolecer y padecer, ese “período de gozne en que la proximidad del término de los estudios para ingresar al mundo adulto nos paraliza, pues ello significa en resumidas cuentas precisamente comenzar a trabajar”. Es decir, lanzarse al mundo, a la selva oscura dantesca que no es más que su viaje por la ciudad, y luego una suerte de viaje beat, que narrativamente pudo haber sido más explotado, hacia Santa Lorenza, playa que hasta ahora dudo si existe.

El narrador es un sujeto que, parafraseando el título de la crítica de Patricia Espinosa a la novela en Las Últimas Noticias, “se hace bolsa”, que siempre está al límite o simplemente desecho: “Hoy no tengo ánimo para pensamientos negativos. En realidad sólo quiero pensar en historias calientes, aberrantes. Ya me he masturbado tres veces, y creo que voy por la cuarta”. Un sujeto haciéndose bolsa entre la cerveza y la cocaína como parte de su cotidianidad. Un personaje que toca o bordea el fondo de todo, se obsesiona hasta llegar a conseguir coca para el viaje en la Legua. Un tipo que ve páginas porno para eludir la falsa realidad que lo va dominando, esa base apocalíptica que da pie a una postura frente al mundo pesimista, sí, pero que permite surgir continuamente a su voz y veta de sociólogo, intelectual y escéptico sujeto frente a la vida y sociedad que le rodea. Hay que tocar o transitar por los fondos para tener un claro panorama de todo. Verlo todo. Después de eso no hay espanto que espante.

José Antonio Rivera hace un buen debut con esta novela. Encuentra un tono narrativo ad hoc a la condición del personaje hastiado y suspicaz que quiere poner en escena. Esta novela narra pasos adolescentes en el momento preciso: el crecimiento viene después. Siempre estamos naciendo, mutando, creciendo, retrocediendo, muriendo y volviendo a nacer. No se ha perdido ni ganado nada. Se está siempre igual, y poco queda por hacer. Como dice José de Arimetea: “hoy no tengo ganas de mentirme: no soy más que otro triste y silencioso burócrata que se fuga en sueños imposibles desde su estrecha oficina”. Esta enunciación sirve como metáfora de quien no está conforme con el lugar o no lugar que ocupa después de haber tocado fondo.

 

 

 


Siete Judas. José Antonio Rivera. Mago Editores. Santiago, 2008.