LAS MUSAS, de Cristián Barros

LA ARENA DEL RELATO

 

las_musas001A propósito del sentido de levedad con que el océano, la montaña o la duna del desierto suelen responderle a uno, sobre todo cuando se está tan seguro de estar diciendo algo muy importante -que de eso se trata Las musas, de Cristián Barros-, varias veces me he encontrado en la calle con un niño que inexplicablemente tiene mi misma cara, con un anciano que camina como yo o con algún tipo que tiene una voz parecida a la mía. En ese momento le he transmitido mi impresión a la persona que me acompaña y ella me responde que no, que no encuentra tal parecido. Entonces intento explicarme esa sensación con la presencia de algún espejo mal forjado en la puerta de alguna casa de mi infancia, con la distorsión auditiva originada por los defectos de mis propias cuerdas vocales, con la falsa idea del envejecimiento propia de la juventud. Y a medida que se alarga tal explicación voy perdiendo ese incomprensible rasgo que por un segundo relacionó a esos extraños conmigo, hasta perder por completo la relación. El relato. Así empiezan las ganas de contar: creo que esta cosa y otra muy diferente tienen algo en común, pero no hay manera de argumentar eso si no es por medio de una historia. La falta de relación hace al relato. En la novela de Barros son tres las imágenes y una sola esa sensación que pierde el nombre -"inocencia", "espectáculo primitivo", balbucea el narrador antes de empezar a decir palabras grandilocuentes-: una duna azotada por el viento, un niño muy chico que descubre cómo su madre no es la única persona en el mundo, un grupo de hombres que sólo se puede relacionar entre sí y con su entorno a través de la beligerancia.

            Cuando pasan las páginas y la lectura quiere que se pierda por completo en la memoria la relación que alguna vez se pudo establecer entre las diferentes imágenes que componían el relato, es usual que una novela abigarrada como Las musas dé paso a la alegoría. La explicación más evanescente -como un país importa nada en la historia del planeta Tierra- es la alegoría nacional, que paradójicamente es más utilizada en cátedras, libros, tesis, artículos e informes académicos -algunos de los cuales se suponen escritos para perdurar- a medida que va reduciendo las posibilidades de entender un libro por medio de un artificial cálculo de relaciones directas entre significados accidentales y significantes impresos: sea la duna de Las musas al terruño como el niño muy chico al chileno, la madre a los pueblos originarios y los hombres beligerantes, por supuesto, al invasor español (u otra nación colonizadora). Además de ridícula en estos términos -y en cualquier otro-, la interpretación señalada no es una alegoría propiamente tal, sino una fallida metáfora de la lectura de Las musas, en cuanto fantasea con establecer una relación pero no es capaz de preguntarse cómo se dice, cómo es pronunciado el problema de la pérdida de sentido entre la duna, el niño, la madre y los hombres, problema que es la explicación y el relato en sí mismo: en una narración así -que se satisface de recurrir al diccionario, de apelar empalagosamente al lector y de fragmentar la presentación de los hechos- hay una voluntad de contar con particularidad lingüística una anécdota que padece de universalidad -y que por ello corre el riesgo de convertirse en Historia-, para reproducir en todos sus niveles la paradoja proustiana de que sobre la propia infancia no se puede escribir sino la imposibilidad de escribir sobre la propia infancia.

            O la paradoja con que Walter Benjamin define alegoría en El origen del drama barroco alemán: el escritor sólo puede anotar el pasado como un arquitecto pobre sólo puede construir un edificio con material de deshecho. De las ruinas sólo se puede hablar con ruinas; aunque en Las musas la imaginación del niño protagonista convierte a su madre en nueve poderosas mujeres de la mitología griega, sólo él tendrá que decidir cuando crezca si lucha con otros hombres por un puesto en la ruidosa nación o se destierra a observar en silencio cómo la duna va cambiando según el viento hasta que finalmente los granos de arena cubran por completo su cuerpo.

 

 


LAS MUSAS. Cristián Barros. Editorial Alfaguara. Santiago, 2006.