ESCRIBIR DESPUÉS DE AUSCHWITZ
Nuevo tratado de armonía: sospechoso título, que hace pensar en el primer Tratado de armonía, del mismo autor -me entero de su existencia porque se le menciona en la contratapa y en el prefacio del mismo Antonio Colinas. Tan definitivo nombre lleva al lector a imaginar un texto redondo, completo, en el que el autor resuelve su conflicto de manera armoniosa -por supuesto-. Una segunda parte parece un rasgo de autoironía impensado en un escritor que, a juzgar por este libro -el nuevo-, no se caracteriza ni por su humor ni por su capacidad de jugar entre diferentes registros. Nuevo tratado de armonía es un libro monótono constituido por fragmentos alusivos a la naturaleza, al pensamiento de diferentes credos y pensadores, referencias a episodios personales. El concepto de cruces entre los sucesos e ideas personales, cotidianas, y lecturas que el lector puede, quizá, compartir, es atractivo -pienso en los Fragmentos del discurso amoroso de Barthes-, pero su ejecución no lo es: la propuesta se resuelve en un sincretismo fácil, una simplificación de todos los autores citados, convirtiéndolos, desde Platón al Lao-Tsé, en un predecible amasijo de lugares comunes.
Además de las aberraciones estéticas que el texto derrocha, está el problema ético que surge de inmediato -y no entraré aquí en disquiciones acerca de la separación entre ambos aspectos-: ¿cómo, en pleno siglo XXI, luego de la famosa frase de Adorno acerca de la imposibilidad de la escritura después de Auschwitz, puede Colinas escribir con desparpajo tal acerca de la armonía en los términos en que lo hace? Una imagen que probablemente gustaría a Colinas: una ciudad vista de noche desde lejos y muy arriba, de la cual sólo se ve la asimetría vaga, encantadora, de las avenidas y las plazas marcadas por la luz del alumbrado, ignorando por completo la basura y los mendigos, o comprendiendo y perdonando su presencia que tiene sentido en el gran-ciclo-de-la-vida sólo porque uno está cómodo arriba. No pretendo hacer aquí un ataque al artista encerrado en su torre de marfil -de hecho, me encanta esa idea, y la frase quizá apócrifa de Flaubert que Julian Barnes cita en El loro de Flaubert: "intento vivir en una torre de marfil, pero un océano de mierda amenaza con botar sus cimientos", cito de memoria-, pero sí constatar que si un autor elige hablar del mundo, de su belleza y su miseria, no puede reconciliar tan fácilmente todo sin antes reflexionar responsablemente sobre el problema. Una escritura que ignora tan olímpicamente el dolor es miopía, no grandeza: "Estar sentado sobre un muro de dolor y saber que, sin embargo, lloramos de alegría" -66-. La cursilería se prodiga en estas páginas: "El sonido del verso en los labios hace florecer las cenizas" -83-. Colinas entra en el difícil arte del aforismo con escaso éxito -valiente de su parte entrar en el juego con predecesores como Nietzsche o Cioran, aunque eso, a fin de cuentas, no hace sino volver más rotundo su fracaso-.
Colinas no sólo es un autor deficiente cuya atención por las cosas no consigue entrar en ellas ni salir del lugar común, es además un mal lector que envilece a los escritores que cita. No quiero hablar en contra de la descontextualización -gran parte de la hermosura de la cita está en el llamado de atención que entraña el sacar las palabras de su lugar-, pero sí criticar la simplificación desmedida que Colinas hace a los textos al insertarlos en su libro: "De la música de Durante pasé a leer en la Biblia el texto de Jeremías. Temblor en el aire y en mí de una armonía que se dilataba cada vez más." Si ni siquiera Jeremías, que se conoce como el profeta del llanto, se salva de la armonía superficial a la que lo condena Colinas, entonces quién.
NUEVO TRATADO DE ARMONÍA. Antonio Colinas. Tusquets Editores. Barcelona, 1999.