LEER EUSKERA
Original y perturbadora como una conversación entre vascos para un oído romance, Obabakoak reconstruye el terreno que va entre la novela decimonónica y los cuentos infantiles. Reunión en Obaba: infancia, deseo, campo, viaje nocturno por una carretera, charla con dos ancianos, relato de viaje exótico. Un escritor cansado que recuerda cómo su padre extranjero despreció el lugar. El cura que perdió a su hijo en el bosque. El escritor famoso que cree que las lagartijas se meten por los oídos de los niños para comerles el cerebro. El tío que hizo su fortuna en Montevideo y se reúne con su famoso sobrino una vez al mes para leer cuentos borgianos. La joven profesora que sólo encuentra calor y compañía en su pequeño criado, por un equívoco del servicio de correos. No intentemos aún describir la sofisticada forma literaria del libro. Las historias que contiene son suficientes para pretender, también, llegar alguna vez a la última palabra.
Si la función del título de un libro es ilustrar la sensación de su lectura, Obabakoak, contra lo que podríamos esperar tras finalizar su lectura, connota certeza y precisión. Se trata, empero, de una precisión fértil porque no es antónima de la extrañeza, del misterio inarticulable a que me suena la lengua vasca. El mérito de Bernardo Atxaga es que logra traducir el efecto de ese pasmo lingüístico, esa imposibilidad comunicativa -uno cree que es la única relación que puede existir entre culturas vecinas tan desiguales como la castellana y la vasca, pero no- a preciosas historias, diálogos, personajes. El método que utiliza para romper el cerco es tan antiguo, hay que remontarse más allá de Sheherezade: al principio. La violencia engendra violencia, sabemos -también la ETA, a propósito. Es preferible seguir el consejo dado al personaje Wei Hui de uno de estos relatos: sólo es posible salvar la vida mediante el uso de la palabra. Sin duda la traducción de Obabakoak que he leído pierde la impronta de recia soledad del euskera. Pero gana en aperturas. Puedo leer en la lengua vasca, al fin.
Es hermosa, en exposición y propuesta, la teoría sobre el plagio del Tío de Montevideo que fundamente el libro: se aparece Pedro Daquerre Azpilicueta, el primer y más grande escritor vasco hasta Atxaga, y conmina al autor a pedir prestadas anécdotas y nombres de otras tradiciones. Sólo llenando la novela vasca de ingleses, alemanes, castellanos, irlandeses, mongoles, franceses, peruanos, incluso de vascos apócrifos y fantaseadores como los que hay en Chile, es posible que la lengua solitaria tenga respuesta. Obaba -¿hace falta que lo diga?- es un pueblo imaginario de Euskal Herria. En el último relato, La antorcha, Atxaga contradice a ese personaje suyo que afirmó que la literatura es sólo un juego de ingenios. Más que eso, replica, es una recreación que permite superar la paradoja de la identidad, "el nombre que el mundo toma en cierto lugar", para enfrentarnos a cara descubierta.
OBABAKOAK. Bernardo Atxaga. Editorial Punto de Lectura. Barcelona, 2000.